viernes, 23 de diciembre de 2011

Trenes difíciles de parar.

“¿No los odias?, esos silencios incómodos. ¿Por qué necesitamos decir algo para rellenarlos?. Es por eso que sabes que has encontrado a alguien especial. Puedes estar callado durante un puto minuto y disfrutar del silencio”.





23 de diciembre.

Hace ya dos años que subimos a este tren, yo con sombrero y traje de seda, y ella con un vestido que parecía haber sido diseñado expresamente para quitarme el aliento. Nos sentamos en los últimos asientos del último vagón y, uno frente al otro, recorrimos los paisajes más extraños y bonitos. Nos mirábamos en silencio, mientras los cafés derivaban en vasos de whisky, y yo, sin poder apartar la mirada de sus hipnóticos ojos claros, pensaba en la inmensa suerte que tenía de estar allí, y en lo pequeño que me sentía ante las casualidades que habían hecho que yo terminase conociéndola.

Algo que escapaba a nuestra voluntad había intercedido por nosotros y nos había llevado a aquel lugar. Y, justo en aquel instante, mientras sonreía y me miraba fijamente, me incorporé hacia ella y le prometí que nunca, nunca, y por nada del mundo, me iba a bajar de aquel tren.

Te quiero.



Todo el camino esquivando camiones,
mi corazón se iba a salir
cada vez que te volvías a mirar hacia mí.

miércoles, 7 de diciembre de 2011

Not here.

Aquel hombre viejo se había cansado de vivir muchos años atrás. Pero en aquel momento estaba contento porque sabía que ya no le quedaba mucho tiempo y pronto iba a descansar y a olvidar todos esos recuerdos que cada noche le destrozaban por dentro.

En la mesilla descansaba su viejo encendedor y también un paquete de tabaco del que asomaban media docena de cigarrillos. Se sintió bien al pensar que no había dejado de fumar hasta el último día de su vida. Un poco más allá, apartado, descansaba un sobre blanco con un nombre escrito en el reverso. En su interior descansaba una carta de despedida destinada a la única persona que le quedaba en el mundo, y que ya casi no iba a verle.





Estaba cansado, muy cansado. Sobre sus hombros llevaba la fatiga de una vida dura, con miles de kilómetros recorridos por todo el mundo y alguna que otra guerra. Pero sobre todo llevaba la carga de una mujer a la que no pudo cuidar, y que se apagó en sus brazos 15 años atrás, llevándose su alma y la de aquel pobre hombre.

Su último pensamiento fue para ella, pero no lloró pues ya no le quedaba ninguna lágrima que derramar. Miró hacía la ventana de la habitación y pesadamente se dio la vuelta en la cama hasta que la claridad que entraba por ella y todo el mundo exterior quedaron a su espalda.

- Ahora me vais a perdonar que me dé media vuelta, pero es que me voy a morir y ésto quiero hacerlo sólo.

Y murió, pero su corazón ya había dejado de latir muchos años atrás.



También es cierto que podríamos estar mejor,
pero ya ves, las buenas cosas mueren bajo el sol.