viernes, 18 de mayo de 2012

Iniciales desordenadas.



La potencia infinita de nuestro ensoñar, que supera invisiblemente a la aparente distorsión de voluntades.






Y nos derretíamos sobre la arena, muriendo de calor, sin dejar de mirarnos. Recorrí tantas veces tu cuerpo que conseguí aprenderme cada curva y cada lunar, hasta el punto de sentirme capaz de escribir un libro de cada uno de ellos. Me perdí en tus caderas y me encontraste en tus ojos, de un azul más azul que el mar, más intensos que la propia vida. Deseé poder parar el tiempo y quedarme allí para la eternidad.

Casi sin darme cuenta te acercaste, lo suficiente como para susurrarme al oído "síguememon amour", y sentir tus labios casi dentro mí, rozando mi existencia. Aturdido, noté una suave presión en mi mano y cuando me quise dar cuenta, tirabas de mí hacia el mar, percibiendo la más absoluta felicidad al ver tu sonrisa cuando te girabas a mirarme.

Y me quedó claro que yo estaba en tus manos cuando nos fuímos mar adentro y, con el agua al cuello, me volví, te miré y tú dijiste “te podría matar y no se iba a enterar nadie”. Y sonreíste, y me abrazaste. Y yo estaba seguro de que nada podría separarnos.


Sin querer tú me miras y algo recorre mi espina dorsal.