martes, 28 de agosto de 2012

Una mera formalidad.





Hay una chica preciosa en la televisión, una que presenta las noticias de la madrugada. Tiene los ojos azules y una voz muy dulce, y siempre sonríe. Es, de largo, la presentadora más guapa que he visto nunca. Cada noche que paso en casa me tiro en el sofá y me quedo mirando su sonrisa hipnóticamente, esperando a que me venza el sueño y poder dormir unas horas. Aunque a veces no soy capaz y permanezco en un estado de duermevela hasta que me sorprenden las primeras luces del día.

Hoy siento la estricnina agolpándose en la nuca y sé que no voy a dormir. Estoy tirado boca arriba en el sofá, con la cabeza apoyada en el reposa brazos, encarada hacia la televisión. Y allí la veo, con su sonrisa, repasando las noticias del día una y otra vez, cada media hora, siempre con su sonrisa. A veces imagino que podría estar sonriéndome a mí, aunque luego pienso que deben haber otros cientos o miles de imbéciles más mirándola en este momento y pensando lo mismo que yo o imaginando cosas peores, y me dan ganas de protegerla. Creo que mataría a todos esos cerdos si supiera lo que están pensando.

Está sonando el teléfono, y es extraño. Nunca suele llamar tan tarde. De hecho, ya nunca suele llamar. Y yo tampoco suelo llamarla, claro, incluso he olvidado su número. Decido alargar la mano hasta la mesilla y lo cojo sin dejar de mirar la televisión. Me cansa mover el brazo así que pongo el teléfono sobre mi oreja y sobre mi cara y pienso que, si no me muevo, no se caerá.

Es ella. Su voz es más dulce que la de la presentadora, de eso no hay duda. Habla y habla sin parar y yo no hago ningún esfuerzo por interrumpirla. Me pregunta que cómo estoy y yo le digo que estoy bien. Me extraña mi voz, hacía tiempo que no la oía y me resulta casi ajena. Ella se queda en silencio unos instantes ante mi seca respuesta, calibrando mi mentira y deduciendo cómo estaré en realidad. Ella ya sabe los detalles. Sin demasiado interés y casi mecánicamente le pregunto que cómo está. “Bueno, estoy...”, me responde, y pienso que siempre ha estado así.

Seguimos hablando quince minutos más y ella me cuenta que anteayer tuvo un accidente con el coche, “pero nada grave, tranquilo”. Iba distraída, el de delante frenó de golpe y ella no lo vio a tiempo. Me dice que está con un tío y que llevan poco tiempo, pero que está enamorada. “Enamorada”, murmuro entre dientes, pero no sé muy bien que decirle, así que me quedo un rato en silencio. Intento decidir si aquello me duele o si no me afecta. Y aunque parece que no siento nada, creo que en el fondo la indolencia la provocan otras cosas. Ella me lee el pensamiento y me pregunta si he dejado aquello. Y yo pienso que qué más da otra mentira a estas alturas, y le digo que lo he dejado. Ella se alegra, y a mí me da la risa. Pienso que soy un poco cabrón, y consigo contener las carcajadas.

Todavía te quiero, me dice. ¿La quería yo a ella aunque sólo fuera un poquito? Ya sabes que sí, le digo. Se despide dulcemente y cuelga. Yo paso algún tiempo escuchando los agudos pitidos del teléfono y pienso. Me vuelvo a fijar en la televisión y veo que ella sigue con las noticias, sonriendo. La veo pero no soy capaz de escucharla, y es que aquella conversación todavía sigue en mi cabeza, con su voz rebotando dentro de mí.

Que nunca llame más.