miércoles, 18 de diciembre de 2013

Hostia sentimentalmente hablando.


La escena del café fue el resumen de todo: ella más guapa que nunca, con esa tristeza en su cara realzando el color de sus labios, su pelo y sus ojos, y yo hundido en aquel cuero, pálido, como un saco de boxeo que no opone resistencia. Podría haberlo hecho, pero simplemente no tuve fuerzas. Dijo que me quería y yo supe que era verdad. Pagó los cafés, me besó y se fue.

Al llegar a casa me puse pensar en las cosas que hace la gente normal cuando recibe una hostia así. No se me ocurrieron muchas, pero lo más lógico que deduje era que debía romper todas las promesas que le había hecho. "Ya que no iba a besarla más...", pensé. Así que busqué en el último cajón de la mesilla de noche y volví a probar un poco de aquello. Una hora después pensé en ella. La imaginé desapareciendo en una esquina de la calle y encontrándome tras ella a toda la tristeza del mundo materializada en una nube gris. Pero me dio igual porque para entonces aquello ya había hecho efecto y yo ya no sentía nada.





Y pienso que hay tantas cosas por hacer
mientras escucho por la tele a Ramón Trecet.