jueves, 21 de noviembre de 2013

Es sólo una solución.


Siempre que viene las horas pasan más rápido de lo normal. Las calles, los árboles y el resto de personas del mundo pasan a un segundo plano formando parte de una película en la que yo soy el espectador y ella la actriz protagonista. Mis ojos la miran como una cámara que sigue sus pasos, deteniéndose en su pelo movido por el viento y en su vestido ondulando a cada paso. Me mira y yo trato de mantenerme serio y hacer como que la cosa no va conmigo, pero ella se da cuenta de esos pequeños gestos que no puedo evitar hacer y que reseñan que no puedo apartar mis ojos de su cuerpo. Cuando ella está conmigo mi vida es como una vieja foto Polaroid, en un permanente estado de plastificada felicidad.

Siempre que se va y me deja aquí, solo, siento un hueco tan grande en mi interior que nada puede llenarlo, y el hambre aprieta y maquinalmente busco rebanadas de pan en la cocina para hacerme algo de comer, pero nunca hay nada. Me dedico a deambular entre los pasillos sin saber muy bien qué hacer mientras pasan semanas sin saber de ella. Días después de que se haya ido vuelvo a salir con otras chicas, y pasamos un buen rato y yo creo que me enamoro de ellas, por eso cuando me dicen si las volveré a llamar yo les digo que sí. Pero al final nunca las llamo y vuelvo a quedarme agazapado en algún rincón de casa sintiendo que todo mi alrededor quiere hacerme daño y con ganas de tirarme por el balcón. Pero poco a poco voy volviendo a vivir, como un enfermo en rehabilitación, tan débil que hasta la mínima brisa con su perfume podría derribarme.





K.N.