martes, 19 de julio de 2016

Accidente geográfico.


Lo he notado cuando estabas a punto de subir al coche. Cuando he vuelto de dejar las cosas en el maletero, me he detenido un instante y te he visto a través del cristal de la ventanilla, mordiéndote ligeramente el labio inferior y pensando qué coño hacer. Pero lo entiendo, es normal. Cualquiera hubiera dudado conociendo mi historial como lo conoces tú. Y quiero decirte que no me molesta y que te lo estoy diciendo porque, a pesar de todo, te has subido y estás aquí a mi lado. Pero tienes que saber que al volante soy la persona más segura del mundo, y que llevo pensando días en este momento y que no tienes nada de lo que preocuparte. Aunque era una carretera difícil, estamos aquí sanos y salvos. Una carretera entre montañas y a pocos centímetros de un vacío de 40 metros hasta el mar.  Pero una carretera conocida, mil veces recorrida, y he tomado las medidas necesarias, hoy y ayer, para no hacer una irresponsabilidad. Y a pesar de esos shorts, y tus piernas de vértigo apoyadas sobre el salpicadero que me han hecho dudar en más de una curva. Tal vez ese era tu plan. Si te pasase algo no soportaría vivir con la culpa, o con cualquier mínima responsabilidad sobre mis hombros. Y si de pronto decides tirarte por el acantilado, tienes que saber que yo iría detrás de ti.




Lo mejor del sol,
a puñados yo te lo doy.

miércoles, 6 de julio de 2016

Desencanto.


He vuelto a amanecer a las tres de la tarde y no he podido evitar pensar en esa sensación en mi cabeza, como si se me hubiese fundido algún circuito allí dentro. Llevo un tiempo despertando así, demasiadas veces como para pensar que todo va normal, y no soy capaz de recordar si esta sensación comenzó hace un par de semanas o si lleva aquí instalada varios meses ya y es ahora cuando soy consciente de que su presencia no es buena. Es una sensación que describiría como si mi lóbulo occipital estuviese hecho de plomo, como si su peso fuera desmedido. Me inquieta. A veces me pregunto cómo voy a poder arreglarlo. Y otras veces pienso que quizá la he jodido bien, que puede que haya llegado a un punto de no retorno. Y entonces es peor y siento que la cabeza me va a mil y que en cualquier momento puede explotar o simplemente dejar de funcionar.

Hoy lo puedo soportar, y subir la persiana y asomarme a la ventana se me ha hecho relativamente llevadero. He mirado un rato a la calle y he pensado en la cantidad de horas que llevará la gente viviendo su día, circulando de un lado a otro. Si hubiera alguien aquí, cualquier persona, simplemente le contaría que tengo miedo. Creo que nunca le he dicho algo así a nadie. Pero creo que también es cierto que nunca había sentido algo así hasta ahora. Como si pudiera ver miles de sueños, de esperanzas, de planes y de simples momentos de evasión cotidiana desapareciendo, saltando por el acantilado. 

Sí, se lo diría a alguien. Lo pienso ahora y lo diría ahora, porque de aquí a un rato seguramente se me habrá olvidado ese miedo. Pero volverá, porque siempre vuelve. Tal vez la próxima vez que me sienta así sea todo sea tan duro que me obligue a adoptar las medidas necesarias. Y odio ser tan optimista, porque empiezo a creer que la esperanza no hace más que cegarme, distorsionando la realidad . Estoy cansado de decirme que ya se arreglará, que hay tiempo. Tal vez lo haga, aunque sea con las paredes de este piso. Que son las que mejor escuchan, las que ya lo saben porque lo han visto todo. Deseo permanecer en ellas. Me he acostumbrado a salir lo mínimo de casa, nada más que lo mínimo para subsistir. Solo tengo ganas de desaparecer, de huir pretextando ansiedad, de volverme del polvo de los caminos. Y poco a poco lo voy consiguiendo. Me calmo. 




Tendrá que haber un camino,
habrá un camino,
que me lleve donde pueda estar.