domingo, 18 de diciembre de 2016

Sobre todo los domingos.


En este cajón no se está tan mal. Hace tiempo que me he acostumbrado a la oscuridad y a la humedad del interior de la mesilla de noche. Este no es un lugar bullicioso. Aquí no pasa mucho excepto cuando abres el cajón y te asomas desde las alturas entre la luz cegadora. Eso sucede de vez en cuando, más a menudo de lo que cualquiera estaríamos dispuestos a admitir. Algunos domingos, y festivos. A veces también entre semana, casi siempre por la noche, cuando nadie puede molestarte y nos observas con los ojos tristes. Pero sobre todo los domingos. La verdad es que no sabría decir cuanto tiempo llevo convertido en recuerdo, he perdido la cuenta. Mi piel ahora es papel fotográfico y mi brazo derecho rodea eternamente tu cintura con todo el océano a nuestra espalda. La luz ocasional es un breve destello que se sucede entre ciclos de oscuridad. La única manera de saber que ahí fuera continúan pasando los días es prestar atención a los sonidos que se filtran por entre la madera. Si me fijo puedo escucharte hablar, e incluso también escucho a tu gato maullar muy cerca de la mesilla, como si supiera que hay algo extraño al otro lado. También escucho a otras personas, a veces. Pero la mayoría del tiempo no hay nada. Y entonces me concentro en intentar girar mi mirada hacia la misma foto que me contiene. No soy capaz de ver mucho de aquel océano, pero si muevo un poco mis ojos puedo ver tu pelo encaramándose a mi hombro derecho. Y aunque sea ateo he dado gracias a todos los dioses que conozco por esa brisa marina que hace que algunos de tus mechones impacten en mi cuello. Supongo que podría ser peor y que se está bien aquí. Se está bien.




Saboreo la humedad
que se pudre en las paredes.
Y pido asilo a toda la mediocridad,
Pero no, no lo pido por favor,
sino por piedad.