sábado, 17 de febrero de 2018

Actos inexplicables.


Es sábado, es tarde. También es tu cumpleaños. Yo voy a salir y este quizá sea mi último momento de claridad antes de despertar en mitad del domingo, pero para entonces ya me encontraré sumido en la incertidumbre de no saber si en unas horas estaré en condiciones de levantarme de la cama para afrontar una nueva semana. Mis domingos se resumen en encender un cigarrillo tras otro y a cada uno de ellos pensar en que de pronto apareces y me haces elegir entre el humo o tus labios. Que yo lo voy dejando y que solo me fumo alguno de vez en cuando, en los momentos necesarios y ya está. Lo único peor que esos domingos son esos días entre semana, a última hora, antes de dormir. Instantes al borde del coma en los que, como si pudiera verme a mí mismo como un médico que examina a un paciente, soy consciente de mi derrota frente a la rutina del simple avance de los días como eslabones de una cadena. En esos momentos, con el cuerpo totalmente entumecido tanto por la sucesión de horas del día como por la anestesia, me veo a mí mismo como esa gente que ha estado muerta durante unos minutos y que al volver decía que se habían visto a ellos mismos, a los médicos y a los familiares desde el techo de la habitación del hospital.

Si tú estuvieras aquí, los domingos serían diferentes. Iríamos a pasear y yo me quedaría embobado mirándote al parar en todos los pasos de cebra. Y con todo el tiempo del mundo, no como aquella vez, quizá podríamos entrar al cine, y seguramente discutiríamos un poco a la hora de elegir la película pero contigo vería películas rodadas hace menos de diez años e incluso hasta musicales. No me importaría sacrificar la nouvelle vague y todo el cine francés. Si tú estuvieras quizá los domingos serían el mejor día de la semana. Pero no estás, y la luz del flexo ilumina de tal forma tu ausencia que hasta me duelen los ojos.

Aquello podría ser un buen plan. Mejor que volver a soñar por enésima vez que aquel sofá se hacía más pequeño, y que primero tu pelo y después tu cabeza descendían suavemente hasta mis dedos. Que cerrabas los ojos y podías imaginarte cómo a mi me daba algo al estirarte ligeramente deslizando tus cabellos sobre mi mano, y que yo no ponía esa cara de susto como si estuviera tocando el fósil más delicado de la historia de la ciencia. He soñado que me decidía a emprender el recorrido inverso al de aquella vez y que no podías dejar de sonreír mientras acariciaba tu cuello y tu hombro derecho. Deseando una de tus preguntas para poder decirte que estoy pensando en hacerte inmortal, y que para ello empezaría escribiendo un libro sobre tu piel, con minuciosas descripciones, para que hoy se estudiase en los manuales de geografía junto a los mapas de los exploradores del siglo XIX.

Todavía no he decidido si le dedicaría un capítulo a cada curva de tu cuerpo o a cada hueso marcándose sobre la superficie de la piel. Tampoco he decidido si describir cada matiz de tu pelo durante los trescientos sesenta y cinco días del año siguiendo las estaciones o analizarlos en función de la luz del lugar, desde los días nublados en la montaña, los días de verano frente al mar o los anocheceres cuando el sol adquiere el mismo color de tus cabellos. Cuando acabe todo eso pienso recopilar los poemas que he escrito sobre tus ojos, para que puedas leerte uno cada noche antes de dormir. He escrito uno sobre ellos cuando estás alegre, sobre su brillo cuando no hay nada que te preocupe y sientes que el tiempo pasa ligero. También he descrito cada matiz de cada color que veo en ellos cuando hay algo que no te deja tranquila, cuando estás triste y tu mirada se pierde en cualquier lado. Tendrás todo aquello y también te grabaré un CD con todas las canciones que he compuesto y que hablan de nosotros, tan largo como el 'Cajas de música difíciles de parar'.

Mientras escribo estas líneas escucho las primeras gotas golpear la persiana de la ventana de mi habitación. Ha comenzado a llover y diría que la temperatura ha bajado cinco grados en un momento. Parece que el domingo se ha adelantado unas horas y yo sopeso la idea de atrincherarme en esta casa. Simplemente espero que esta noche duermas calentita.

Feliz cumple.






Aunque la distancia puede ser insalvable 
o estar compuesta de amargura,
hay una esperanza,
que por ser es pequeña, confusa
pero existe en mi cabeza 
y por eso es intocable.

Un pensamiento, la calma, una escena,
morirme en tus pechos.
Una ilusión, no dejar que se vaya tu voz. 
Que es quien me dice...
me dice...