domingo, 13 de febrero de 2011

C'est fini.

Tomamos un café y me decidí a decírselo, por fin. Le conté que me iba lejos y que probablemente sería la última vez que me vería, que nunca hablaríamos más. Pensé que si ponía la suficiente distancia, podría olvidar toda esta farsa. La cabeza me daba vueltas y todo parecía ajeno a mi, como si aquella fuese la escena de una película y yo el protagonista en tercera persona. A duras penas conseguí aguantarle la mirada, me faltó poco para derrumbarme, pero pude ver como desaparecía su sonrisa. Poco a poco se fue dando cuenta de que ella era la causante de todo. Estuvimos en silencio varios minutos y me pregunté en qué estaría pensando. Quizá se empezaba a dar cuenta de todo el daño que me había hecho, de cómo había rasgado mi vida de arriba abajo, y de qué forma más cruel había jugado conmigo. El café se enfriaba sobre la mesa y resonaban los ecos de conversaciones ajenas en aquel lugar. Ella comprendió que todo iba en serio. Las lágrimas le caían por sus mejillas y aquellos ojos brillaban como nunca había visto. Se me hizo un nudo en la garganta y sentí como si alguien me diera un puñetazo en el estómago, pero estaba decidido a acabar con todo. Me levanté de la mesa y la besé en la boca. Sus lágrimas rozaron mi piel y se mezclaron con las mías. Atravesé la puerta del café y me perdí entre las calles repletas de un soleado domingo de invierno. Y nunca más la volví a ver.

Un camino de torturas y de sufrimiento me ha traído donde ahora sigo muerto. ¿Cómo voy a continuar si tu magia ya no me hace efecto?.




No me gustan las despedidas, ni si quiera las temporales, así que no me gusta esta entrada.

Saludos.

1 comentario:

Luna dijo...

No entiendo cómo no te puede gustar esta entrada,de verdad que no lo entiendo. C'est magnifique! :)

Te echo de menos. Un abrazo sureño.