viernes, 23 de diciembre de 2011

Trenes difíciles de parar.

“¿No los odias?, esos silencios incómodos. ¿Por qué necesitamos decir algo para rellenarlos?. Es por eso que sabes que has encontrado a alguien especial. Puedes estar callado durante un puto minuto y disfrutar del silencio”.





23 de diciembre.

Hace ya dos años que subimos a este tren, yo con sombrero y traje de seda, y ella con un vestido que parecía haber sido diseñado expresamente para quitarme el aliento. Nos sentamos en los últimos asientos del último vagón y, uno frente al otro, recorrimos los paisajes más extraños y bonitos. Nos mirábamos en silencio, mientras los cafés derivaban en vasos de whisky, y yo, sin poder apartar la mirada de sus hipnóticos ojos claros, pensaba en la inmensa suerte que tenía de estar allí, y en lo pequeño que me sentía ante las casualidades que habían hecho que yo terminase conociéndola.

Algo que escapaba a nuestra voluntad había intercedido por nosotros y nos había llevado a aquel lugar. Y, justo en aquel instante, mientras sonreía y me miraba fijamente, me incorporé hacia ella y le prometí que nunca, nunca, y por nada del mundo, me iba a bajar de aquel tren.

Te quiero.



Todo el camino esquivando camiones,
mi corazón se iba a salir
cada vez que te volvías a mirar hacia mí.

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