domingo, 17 de abril de 2016

Être dans les cordes.


Es casi de noche y, con esta luz, el color de las nubes atravesadas por el sol que se oculta entre los edificios es casi idéntico al de su pelo. Entre mis dedos se consume el enésimo cigarrillo de la tarde mientras ella me cuenta que a su tía le regalaron un gato que es capaz de girar la cabeza hasta casi los 270º en cualquier dirección. Y que le tiene mucho cariño. No sé cuantas veces me lo ha contado ya, pero me da igual. Solo pienso en que ojalá también ella sea asaltada por miles de ideas fugaces como las que siento crepitar en mi cabeza cada vez que sonríe cuando le cuento algo gracioso. Casi puedo sentir cómo se disparan los potenciales de acción de las membranas de mis neuronas una y otra vez. Y, por pedir, ojalá que también sienta lo mismo que siento yo cuando veo que me me mira triste al contarle que mi vida es un desastre. Que estoy cansado y que solo descanso cuando me olvido de tener cualquier tipo de expectativa o motivación que me lleve a hacer las cosas bien hechas. Pero esta noche no quiero hablar de ello. Prefiero que sonría, y le cuento que me gustaría que el paso de los días fuese como pasar una tarde encadenando riffs de guitarra, uno detrás de otro, sin más pretensión que llenar de notas el silencio que lo inunda todo si nos descuidamos un segundo. Ella me dice que no tenga miedo del silencio, que a veces está bien. Y nos quedamos callados y yo dejo la guitarra a un lado para poder tocar con los dedos el silencio, más suave que nunca. 





Tracé un ambicioso plan,
consistía en sobrevivir.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Y tan ambicioso, al menos muchas veces para mi...pero luego pienso en algún tren que vaya de madrugada a París, algún tren que prometa un amanecer claro y luminoso que suceda a una noche estrellada y despejada.

"Una joven observa por la ventana de un tren una serie de nubes que amenazan con estropear el plan que da sentido a su desvelo; y suspira, asumiendo que, si no hay amanecer porque se esconde, no es sino otra manera de recordarle a ella la cantidad de veces que ha dejado jugar al escondite a muchas personas tan necesarias para ella como lo es el sol para la mayoría de los seres vivos. Riéndose amargamente, su corazón se sobresalta cuando siente que alguien en el taburete de su izquierda toma asiento cerca, pero lejos a la vez. Entonces, su risa cambia, y se ve obligada a romper el silencio rompiendo frascos de recuerdos:

- Qué difícil es guardar la distancia adecuada, ¿verdad? - su voz tiembla levemente con la pregunta, pero mantiene la mirada firme en el horizonte.
- Verdad, verdad, querida. Es difícil... - aunque casi un susurro, era él, no había duda. Hacía meses que no coincidía con el joven revisor en el tren, ni tenían ningún tipo de contacto.
- Cuánto tiempo hacía después de la última vez... - detestaba las frases hechas, profundamente, pero fue un mecanismo reflejo que no pudo callar a tiempo.

El joven revisor apenas se inmutó, su gesto cambió únicamente al torcer una sonrisa que rápidamente corrigió con una elegante tos que tenía ADN propio de una mezcla de tabaco americano y ron cubano, ironías de la vida claro.
Solo al detectar ese atisbo de sonrisa, se atrevió a cruzar su mirada con la de él a través del reflejo en la ventana del vagón. Se encontró algo que, en parte se esperaba, y en parte no: se encontró una mirada más velada, más oscura. La mirada de los hombres que acumulan historias que contar durante horas en pequeños cafés delante de un buen licor. Y por otro, creyó ver el brillo de la felicidad,el brillo que mantienen las personas que, al menos una vez, han sabido ser felices y han sabido reconocerlo. Ella inspiró, preguntándose qué estaría viendo él en sus pupilas, asustada por lo que sería capaz de deducir conociéndola tan bien. Echó los hombros hacia atrás y mantuvo la fachada como pudo, sabiendo que con el resto servía, pero que con él las cosas siempre habían sido diferentes. Permanecieron así durante un rato largo, interrupiendo el contacto visual indirecto solo con breves parpadeos. Fue ella quien lo rompió definitivamente apartando la mirada hacia el amanecer. Inspiró y contuvo la respiración todo lo que pudo. Sabía que era el momento, aunque no tuviera claro de qué exactamente. El ambiente había cambiado. Seguían solos en el vagón, a excepción del barman que leía el periódico distraído, dándoles la espalda a unos pocos metros. El hombre sentía amor por su, muchas veces, discreto trabajo, tanto que llegaba a fusionarse con el mobiliario si era necesario con tal de no romper momentos importantes como aquel.
El joven revisor se ajustó el cuello de la americana en un gesto muy resuelto, y ella recolocó los zapatos, aupándose más en su asiento para intentar quedar a la altura de él. Se arrepintió de no haberse puesto unos tacones más altos, pero es que ya lo daba todo por perdido. Alrededor de ellos dos se creó una especie de campo gravitacional, que echaba chispas con cada vez más intensidad. Algo se aproximaba. Comenzó a soltar el aire que guardaba en sus pulmones poco a poco, preparándose para una posible colisión frontal, cuando de repente, todo se desencadenó sin previo aviso.

Anónimo dijo...

Las nubes; como arrastradas por una pequeña que sopla un diente de León mientras pide un deseo; se apartaron, dejando el espacio necesario para poder observar, en el reflejo del mar, como el sol rompía el horizonte, y aseguraba así, al menos, un día más. A la vez, el joven revisor se levantó, y, sin mediar palabra, se alejó de ella hacia su izquierda. Quedándose rota, pestañeó fuerte un par de veces y se levantó. Al abrir los ojos la segunda vez, se encontró con el reflejo de él justo detrás de ella. Con sus ojos obligándole a mirarle sin dobleces. Levantó la barbilla altiva, intentando ganar la altura que les separaba,y soportó estar a apenas dos centímetros de él sin tocarle. Contuvo la respiración cuando vio que él, sin tocarla, le susurraba entre el pelo, justo rozando casi en lóbulo de su oreja:
- Yo también te he echado de menos.
Solo entonces, ella tuvo valor para girarse y enfrentarse directamente a sus ojos y a su sonrisa de dandy de cine en blanco y negro de mitad de siglo pasado. Se sentía en inferioridad de condiciones por la diferencia de altura, pero se alegró porque eso le daba una ventaja clara que no pensaba desaprovechar. Cuando estuvo lista, acortó los dos centímetros de diferencia, apoyó las manos en su pecho, justo debajo de las solapas de la americana, y se puso de puntillas. Repitiendo la maniobra de él, pero dejando caer parte de su pelo encima de su cuello, le dijo con voz melosa y ofendida:
- ¿También?. ¿Qué te hace pensar que yo te he echado de menos?-
Como respuesta, él la abrazó, rodeando su cintura con sus brazos y suspirando lentamente en silencio. Ella cerró los ojos, aspirando su aroma, recordando en fotogramas a toda velocidad. Cuando menos lo esperaba, escuchó su voz:
- No sé si existe un motivo concreto, simplemente, lo sé. Sé que piensas en mi cuando llueve, cuando algún extraño te habla sin venir a cuento y te hace reír, cuando paseas por las callejuelas y acabas rodeando siempre el mismo café, o cuanto te asaltan de repente unos acordes inesperados. Sé que eso te pasa, y sé que si eso sigue pasando, no te va a ser sencillo olvidarme.- su voz sonó algo más dura de la cuenta, por lo que ella retrocedió rompiendo el abrazo y le encaró una mirada fría.
-No te recordaba tan arrogante.
-Quizás me recordarías mejor si no tuvieras esa extraña costumbre de coger una maleta y huir ante cualquier imprevisto.- fue duro, pero era cierto, y ambos lo sabían.

Anónimo dijo...

Ella acusó el golpe, pero se repuso y, sonriendo, le dijo mirándole a bocajarro:
- ¿Tú no eras más de reencuentros que de despedidas?
- Ha pasado mucho tiempo, y muchas cosas...- la pregunta de ella le había pillado por sorpresa, así que apartó la mirada y miró por encima de su pelo al sol que iba poco a poco escalando el cielo. Él no era novato en este tipo de encuentros, pero, al igual que ella, había perdido práctica.
- Sí, han pasado muchos viajes en tren sin ti. Pero no has dejado de estar...al menos para mi. - añadió ella, con cierta duda, manteniendo la mirada en unos ojos que ya no la miraban.
Él, como única respuesta, la tomó por los hombros, y la hizo girar sobre sus negros tacones 45°, le besó la frente con los ojos cerrados, y, dedicándole una última mirada fugaz, pasó a su lado acariciándole brevemente la mano al pasar. Lo siguiente que ella escuchó fue la puerta del vagón cerrarse con demasiada fuerza. Pensó que el roce se lo había imaginado, se enderezó como hacen los gatos, y emprendió camino a su vagón. Al pasar al lado del barman le miró, dejó caer las pestañas y le preguntó:
- ¿La siguiente parada es San Sebastián?
- Sí, señorita. ¿Todo bien?- añadió, resbalando la mirada por la puerta por la que el joven revisor se había ido segundos antes.
- Oh, sí, sí lo está. Al menos bajo la filosofía de que todo lo maravilloso, duele. Gracias, y buenos días.
Por toda contestación el hombre sonrió con tristeza, con un velo en los ojos de recuerdo, y pasó una hoja del periódico que empezó a leer con fingida atención.
Ella regresó a su asiento, intentando mantener la compostura y sin poder evitar mirar al pasado y preguntándose amargamente que qué había hecho hacía algunos años..."

Hacía mucho tiempo que no era capaz de hacer esto. Por precisar, años. Gracias.