viernes, 26 de mayo de 2017

Calambres en el alma.

Pienso en ti cada vez que veo un mapa del tiempo. Leo el nombre de tu ciudad y me pregunto qué tiempo hará por allí. Oigo música, pero no la escucho, y cuando mi mirada acaba en la ventana pienso que tú estarás enamorándote bajo un sol casi veraniego mientras aquí no deja de llover. Ya hace tiempo que no sabes nada de mí. Excepto lo que dicen por ahí, ya me entiendes. Y hace tiempo que yo no sé de ti, ni siquiera si estás viva o estás muerta. Puedes desaparecer y yo puedo irme a la cueva más profunda que nadie conozca, pero no puedo dejar de quererte. Supongo que mi especialidad es acostumbrarme al dolor y hacerlo parte de mí, de mi personalidad. Y hasta creo que me gusta exhibirlo, como me gustaría exhibir cualquier cicatriz que tuviera. Por eso te escribo esta mierda aún sabiendo que no la leerás. Y sé que nunca te enterarás porque me has demostrado que eres implacable, muy capaz de hacerme desaparecer. Básicamente escribo sobre lo que siento a diario, al igual que los antiguos hombres de las cavernas dibujaban los animales que veían a su alrededor, que simplemente eran escogidos para esas pinturas rupestres porque "era lo que había". Lo que observaban cada día.

Yo solo cuento las horas que quedan para salir de esta habitación y que no exista ningún impedimento para dejarme llevar por la oscuridad de la noche. Ya hace unos meses que no puedo dejar de sentirme un puto inútil. Está siempre en mi cabeza. Solo me siento bien conduciendo, en la carretera. Tal vez el llegar a cualquier sitio que se me pase por la cabeza sea lo más cerca que estoy de cumplir un objetivo. Una basura, absolutamente nada, pero me da para sobrevivir y para que mi cerebro no pierda la noción de quien soy y pueda seguir distinguiendo entre la maraña de tediosos estímulos con los que a veces pienso que el mundo conspira para bombardearme. Con lo atractivo que suena dejarse llevar por la nada.

Cojo la cazadora y cierro de un portazo. Ahora llueve menos y no hay nadie en la calle. Camino hacia donde dejé anoche mi viejo Ford Escort del 92 mientras busco las llaves entre los casi inabarcables bolsillos de la cazadora. Me doy cuenta de que aún no he decidido a qué sitio me gustaría ir esta noche, pero es que tengo tantas cosas en la cabeza que soy incapaz de centrarme en nada. Un minuto después encuentro refugio en el Ford. Siempre ha sido un gran compañero, desde que mi padre lo compró un mes antes de que yo naciera. Aquí me siento bien. Enciendo un Lucky, pongo música y regulo el asiento. Arranco el coche y aparto la mirada rápidamente del asiento del copiloto, porque casi me había parecido ver tus piernas resplandeciendo sobre el cuero. Necesito largarme ya. Mi cuerpo conduciendo, mi mente vuela. Media hora después llego al faro, en mitad de la noche y absolutamente desierto, como a mí me gusta. Desde aquí se ve toda la bahía y las decenas de montañas que guardan su espalda. La montaña y el mar siempre han sido como la espada y la pared en esta ciudad. También se ven algunas luces de los barcos en el mar y no puedo evitar recordarnos bebiendo en Punta Carena, borrachos mirando Capri, y tú haciéndome saber tus penas.

Decido meterme una raya sobre los papeles del coche porque me pesan los ojos. La verdad es que me da igual si no vuelvo. Si sufro por algo es por mi pobre madre, sola en mi funeral. Llorando.






Me sabe mal que te desangres
pero límpialo todo antes de salir.
Nadie tiene por qué ensuciarse,
tu basura te pertenece solo a ti. 



1 comentario:

Lagartija dijo...

Hace años te leía y me daban escalofríos... hoy me ha vuelto a pasar. Un abrazo.