lunes, 11 de diciembre de 2017

Armonía.

Llevo dos horas sin dejar de mirarte, aunque mentiría si dijera que es mi récord personal en este tema. Te los has ganado a todos, es normal, así que supongo que ni te imaginarás quién ha sido el que más se ha emocionado, allá en un rincón, limitándome al tabaco. Fumándome diez mil cigarrillos que sé que mi voz quebrarán. Pero que todo me da igual si sé que tu voz seguirá existiendo por ahí. Podría morirme con una sonrisa.

La música cesa y las luces se deshacen. Me escabullo entre la gente y veo un sitio desde donde deseo, como si mi vida dependiera de ello, que puedas verme. Enciendo otro Lucky y no dejo de rebuscar tu figura entre las sombras del escenario. Es un ciclo en el que acto seguido me siento culpable y desvío mi mirada a cualquier cosa que pasa por ahí. En una de estas distingo unos reflejos rojos brillantes y veo cómo te deslizas hacia la escalera, con todo el estilo de una felina. Antes de tocar tierra ya me has visto y creo que a mi me va a dar un síncope. Lanzo el cigarrillo lo más lejos que puedo sin hacer demasiado el ridículo. Al comenzar a acercarte hacia mí me doy cuenta de que se me ha olvidado todo lo que llevo horas pensando en decirte. El contacto es inminente y intento hacer lo indecible para no desmayarme.

Te miro a la cara y de tu boca asoma una voz fina y débil, gastada por el esfuerzo, y a mí se me parte el corazón. Pronuncio tu nombre, con una mezcla de consternación y admiración, y me resbalo por tus emes, por tus erres, por tus as que se pegan a mi cuello. Te acercas a mí para agradecerme que esté allí y siento tu pelo rozando mis mejillas. Yo deseo permanecer así toda la noche y no sé cómo decirte que gracias a ti por dedicarme unos minutos entre tanto lío. A duras penas consigo articular alguna frase. Parece mentira que haya esperado tanto tiempo para este momento y ahora casi no pueda ni mirarte a los ojos. Pero me rehago e intento decir algo que te haga sonreír. Con conseguir eso me daría por satisfecho. Disfruto cada palabra que me dices casi al oído, a pocos centímetros de mi piel, y disfruto cuando me acerco a decirte algo a pocos centímetros de la tuya. En unos minutos te habrás ido y yo seguiré pensado en ti y en este momento que ahora trato de aprovechar hasta el último segundo. 



Agarrado a tu mano he sentido el último segundo
como una avalancha de patadas en este, mi reventado cuerpo.
Y la busco, me pierdo escuchando su voz.
Esa dulce armonía en mi cabeza, ya sin sombra,
Que me arropa mas que nada, que me arropa más que nada.
Esa dulce armonía en mi cabeza, que tortura
mis recuerdos tan presentes que no se irán.

No hay comentarios: