domingo, 20 de marzo de 2011

No me puedes decir que todo acaba aquí.



Desvié la mirada otra vez hacía mi vaso y atisbé una figura sentada en el taburete de mi izquierda. Era una mujer rubia, enfundada en un seductor traje negro. Me fijé en sus esbeltas piernas y en unas caderas magistralmente moldeadas, que se escondían tras aquel vestido de infarto. Una larga y deslumbrante melena rubia, que contrastaba con la prenda, caía más abajo de sus hombros. Suspiré y no pude evitar pensar en Alicia. No era la primera vez aquella noche y supuse que no iba a ser la última.

Aquellas dos mujeres eran muy diferentes. Una, con el pelo largo y castaño y una mirada hipnótica, ofrecía una belleza cálida, casi otoñal; mientras que la otra, rubia y de proporciones helénicas, encarnaba el ardiente deseo y la pasión. Las dos tan diferentes pero a la vez idénticas, y es que ambas eran femme-fatales, capaces de hacer perder la cabeza a cualquiera. Una de ellas lo había hecho conmigo. Alicia.







Deberíamos dejarnos de chapuzas y de inventos, y perdernos por los bosques que aún no conocemos. Y ser como el sol de otoño y escaparnos de verdad, no nos echará de menos esta mierda de ciudad.

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