martes, 15 de noviembre de 2011

Fino y gris.

Vuelvo a llenar mi vaso ancho de whisky y lo sostengo temblorosamente sobre la palma de mi mano mientras observo por la ventana, mirando hacia ningún sitio y pensando en nada. No me he quitado el traje ni las gafas de sol, y me parece que la casa está más gris que de costumbre; tendré que cambiar las cortinas, o tal vez debería tirar todos esos libros viejos. No, los libros no, por favor.

Este tono gris no se va con un cambio de decoración, es un color gris soledad. Y es que es realmente difícil que una casa esté más vacía, porque faltas tú. Ya se había acostumbrado a verte amanecer todos los días, con el pelo desaliñado, mientras te estirabas sobre la cama. Y deambulabas por los pasillos con una sábana enrollada alrededor de tu cuerpo, intentando preparar el desayuno. Al final siempre te tenía que ayudar y tú te enfadabas. Creo que yo también te echo de menos.

Debería empezar a aceptar que no estás, que no volverás y que nunca vas a estar aquí. Pero yo sigo escribiéndote como siempre, intentando hacerte comprender que no vas a estar mejor que aquí conmigo.


Seré muy breve: te quiero y esto duele.




Vuelve el frío si es que alguna vez se fue.

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