miércoles, 15 de junio de 2016

Algo que no acaba.


Me dijo que se había enterado del numerito que monté en aquel concierto, que lo había visto en la prensa musical, y yo alucinando. Le dije que no fue tanto como contaban, aunque realmente no tenía ni idea de qué era lo que realmente contaba la gente. Me preguntó que por qué lo había hecho, que si estaba drogado, y yo le dije que no, que no más de lo habitual en aquel tipo de circunstancias. "Fue porque perdí una apuesta con un colega", le dije. Pensé que me gustaba su cara a medio camino entre la incredulidad y la impaciencia, y casi podía leer en sus ojos que la situación se le hacía cada vez más extraña. Me preguntó que a qué coño había apostado y yo le dije que mejor que no lo supiera. Pero no pensé que me estaba pasando de listo, y que aquella mirada de felino amenazado podría ser un aviso hasta que se sucedieron nuevos y pequeños gestos, un leve descenso de hombros y unos labios que se iban cerrando poco a poco mientras dejaba de mirarme. Cuando tras unos segundos empezó a decirme no sé qué cosa sobre las elecciones, como si me contara que antes de venir se había cruzado con cualquier persona o que mi coche le recordaba al que tuvo su padre cuando tenía cinco años, ya era demasiado evidente que se había cansado de mis cosas. Traté de buscar algún doble sentido que escondiese una lección para mí, o unas palabras de ánimo que no creo que mereciese. Aunque dijese que no, la luz del sol le sentaba demasiado bien. Su piel resplandecía y yo imaginaba cómo sería el contraste al lado de la mía, al otro lado de la camisa. Fuera de aquella conversación, todo mi mundo en aquel momento, el resto de vidas continuaban sin ninguna novedad aparente y los sedimentos seguían depositándose en las playas, como siempre.





Cumplimentando
compromisos
contractuales.

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