jueves, 1 de octubre de 2009

Allí estaba yo...

... y allí estaba ella. Era una mañana lluviosa de un día a finales de Septiembre, un mes extraño. Llovía mucho y los rayos descargaban toda su fuerza contra la tierra produciendo truenos ensordecedores que sorpendían a propios y extraños. Era un cambio de clase en que habíamos aprovechado para bajar al patio, a contemplar la lluvia desde la pequeña zona cubierta.

Seriamos unas 20 personas las que nos encontrábamos allí, con la tormenta sobre nuestras cabezas que nos comtemplaba con aire desafiante. Yo no prestaba atención a la conversación que mantenían mis amigos. Ajenos a mi ausencia comunicativa, seguían hablando y comentando las vicisitudes de la vida mientras yo me aislaba en mi mundo, un mundo en el que solo habían dos personas en ese momento.

A unos 3 metros de mi, estaba ella. Al igual que yo, contemplaba en silencio la tormenta al lado de sus amigas que mantenía una conversación que escapaba a mi interés. Estuve mirándola varios segundos, admirando su belleza y su apariencia auténtica que me habían hechizado. De repente, su mirada chocó con la mía y yo, cual ladrón sorprendido en el lugar del crímen, aparte la mirada rápidamente para no levantar sospechas y regresé a la conversación...

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