viernes, 21 de enero de 2011

Estos últimos días.

Entregué los 5 folios llenos de matrices, integrales y diferenciales a la profesora y, sin mediar palabra, salí de la clase donde guapas universitarias y nerviosos universitarios se afanaban por acabar el examen antes de que el reloj marcase las 6 y media. Cerré la puerta y salí al pasillo, donde otros compañeros se preguntaban, unos a otros, los resultados de los ejercicios. Pasé entre ellos con aires de superioridad, y es que poco me importaban aquellas banalidades en aquel momento, y salí al exterior.

Me sorprendió un inesperado frío que hacía semanas que no se sentía en aquella ciudad tan extraña. Encendí un cigarrillo y me apoye sobre la pared, con la mirada puesta en algún punto de la noche. Delante de mi fueron pasando algunos de mis compañeros, quienes me preguntaban cómo me había salido el temido examen. No me apetecía hablar mucho de ello, sobre todo porque se trataba de matemáticas, así que me limité a ser breve con todos. Con todos excepto con aquella chica morena de apariencia cálida y culo hipnótico, con la que me entretuve algunos minutos más de la cuenta. Me pidió fuego y, tras ofrecerle el encendedor, se despidió con una traviesa sonrisa y un cálido "hasta el martes".

En realidad no sé porque me quedé en la facultad después de hacer el examen. Lo más lógico hubiera sido volver a casa, sin embargo, apareció "el rubio", quien me propuso ir a tomar unas cervezas a la cafetería del campus, "para celebrar el aprobado". Sin pensármelo demasiado, acepté y tomamos la salida de la facultad de farmacia para llegar al centro del campus. No tenían Heineken, así que nos tuvimos que conformar con otra marca de cervezas. Fuera, el campus ofrecía un aspecto fantasmal, con una oscuridad que inundaba los viejos árboles y la fuente. En las mesas, reducidos grupos de estudiantes charlaban y disfrutaban de un momento de tranquilidad.

Durante una hora, estuvimos bebiendo y charlando acerca de gran variedad de temas, tales como el conflicto de Israel y Palestina o el cine español del siglo XX. Había olvidado el placer que supone una cerveza justo después de un examen, y el tiempo pasó volando mientras los gatos de la facultad se subían a la mesa y se frotaban con mis piernas.

Llego la hora de irse y, tras un apretón de manos, me despedí de mi amigo. Llegué a la parada del tranvía y tiqué el billete. 5 interminables minutos después, aparecieron a lo lejos las luces del tranvía, subí y me senté en el primer sitio que vi libre. Cerré los ojos y me pasé la mano por la frente, tenía bastante sueño. Cuando los abrí, me encontré de frente con las tapas de "Carmilla", de Sheridan Le Fanu, uno de mis libros preferidos. Mi mirada ascendió hasta encontrar el rostro de una chica joven de piel nívea y apariencia suave, un pelo largo y castaño que le caía por los hombros y unos ojos extremadamente verdes, que se percataron de que los estaba observando. Instintivamente, aparté la mirada y disimulé un poco. Unos instantes después, volví a mirarla y vi que sonreía mientras seguía leyendo.

Perdí la cuenta de las veces que nuestras miradas se encontraron, unos encuentros que acababan siempre con ella sonriendo y yo mirando hacía otro lado. Me moría por decirle algo mientras suplicaba porque no se bajase en la siguiente parada. No sabía que decirle y mi parada era la siguiente. En un intento desesperado, recurrí al boli con el que había hecho el examen y a un trozo de papel. Lo apoyé sobre la pared y escribí lo que se me había ocurrido, para doblarlo posteriormente por la mitad mientras el tranvía se iba deteniendo.

Las puertas se abrieron y le tendí el papel doblado por entre las páginas que tenía abiertas la chica. Me miró con cara de incredulidad mientras me levantaba del asiento. Me deslicé raudo entre las puertas y salí al exterior. Me di la vuelta y vi cómo la chica me sonreía con una mueca de vergüenza en su rostro. Las puertas se cerraron y el tranvía siguió su rumbo inamovible mientras yo me helaba de frío en la calle.

Con las manos en los bolsillos, di media vuelta y me dispuse a recorrer los 500 metros que se me separaban de casa, en mitad de la noche y con un frío intenso.




El humo de su cigarro se expande por el cuarto hasta desaparecer.
Y cuando ha terminado se vuelve muy despacio hacia la pared.

viernes, 14 de enero de 2011

Fesh-fesh.





Me muero por participar en el rally Dakar. Lo daría todo, aunque no tengo mucho que dar tampoco. Me muero por hacerlo.




Aunque estos días me toca a mi enfrentarme a mi propio Dakar de hojas y hojas llenas de letras y términos biológicos. Deseadme suerte, la voy a necesitar.




Una vez, si mal no recuerdo, me tenías en la punta de los dedos.
Pero las cosas no cambian, todo sigue igual. En la punta de tus dedos.