martes, 24 de septiembre de 2013

Miss vaquero ajustado.



Ella vive fuera, a escasos diez kilómetros en el pueblo de al lado. Es guapísima, magnética. Siempre la encontramos bailando en todos los conciertos que hay por la zona, con sus vaqueros ajustados o con la versión extra reducida de éstos para cuando aprieta el calor. Y siempre estamos nosotros: hasta arriba de cerveza y demás, anhelando un cruce de miradas y que así sepa que estamos aquí. ¿Se acordará de cuando era yo el que estaba sobre el escenario? 

Todos suspiramos por sus caderas y sus piernas esbeltas, pero nos limitamos a mirarla y observar sus curvas de vez en cuando mientras desde el escenario improvisado en la escuela del pueblo atruena el enésimo nuevo grupo de rock de la comarca. Y ahí sigue ella, y su culo increíble, tan atractivo y tan real como la posibilidad de volver a encontrarla en el próximo concierto, la semana que viene, en el que quizá consiga reunir el valor para acercarme a su lado y bailar mientras nos sonreímos en mitad del patio, en mitad de la noche.




Veo tus botas tristes y papeles pintados... 
Tiemblan, como si fuera la primera vez, como si fueras a largarte después y no quisieras.


jueves, 5 de septiembre de 2013

Valiente.


Un relámpago precede al trueno y corta el cielo en dos antes de que éste lo inunde todo con un sonido brutal, nacido de lo más profundo de la violencia del universo, hasta que desaparece varios segundos después prometiendo volver con renovadas fuerzas. Un silencio tenso se adueña de la habitación y cuando consigo acostumbrar mis oídos empiezo a percibir los latidos de tu corazón describiendo un ritmo tan rápido que me asusta. Entonces te abrazo y te hundes más en mi pecho, escondiendo tu rostro entre tu pelo y mi cuerpo como si al otro lado de la ventana el mundo fuese el peor de los infiernos y tú no quisieras verlo.

Otro trueno hace temblar el cristal y el ritual vuelve a comenzar: tiemblas, te acurrucas y te vuelvo a abrazar. Yo no dejo de mirar hacía fuera, y pienso en esa sensación de insignificancia de un hombre frente a la naturaleza. Pienso en el inabarcable tamaño de la nube que nos acecha. Pienso en nuestros antepasados, refugiados en un cueva al estallar la tormenta, temerosos y convencidos de que aquel sonido terrorífico supondrá el fin de sus vidas. Y te vuelvo a mirar y me doy cuenta de que los humanos, después de millones de años, seguimos siendo otros habitantes más del planeta a expensas de los elementos. ¿Y por qué ella tiembla de miedo aún a sabiendas de que no va a pasar nada? El temor a las tormentas es algo irracional, anclado en el inconsciente de la especie desde aquellos mismos individuos que buscaban cobijo en las cuevas. Y sin embargo, yo no tiemblo, no tengo miedo. Y eso hace que me vea a mí mismo como un tipo gris, que ya no tiene miedo a nada, ni si quiera a morir. Y doy gracias a que ella está a mi lado porque en otras circunstancias creo que sería capaz de salir ahí fuera y dejar mi vida en manos de la tormenta.

Los truenos se escuchan cada vez más cercanos y un sonido constante y uniforme anuncia que ha empezado a llover. Al minuto siguiente comienza a diluviar. Veo miles de gotas atravesar la luz de la farola de la calle y, mientras pienso que hacía tiempo que no llovía así, noto que ella se mueve a mi lado. Se aparta un poco el pelo y sus ojos se asoman a la ventana. La lluvia le gusta, le relaja. Y yo no puedo evitar sonreír al ver esos ojos, y su carita de miedo. Pero de pronto una luz ilumina hasta el último rincón de la habitación y un rayo cae prácticamente al otro lado de la calle. Consigo ver su cara extremadamente pálida por la luz justo unas décimas de segundo antes de que un trueno haga temblar todos los muebles de la habitación y casi nos tire de la cama. Siento como ella tira de mi mano y acabamos en el suelo enrollados en el edredón. La escucho llorar, de puro pánico, y me descubro el corazón latiendo más rápido de lo normal. Y me doy cuenta de que estoy vivo.