jueves, 31 de diciembre de 2020

Corolario.

A veces imagino que estoy conduciendo por una carretera de montaña en medio de la noche. Que el termómetro marca cerca de los 0° y que la fina carrocería es lo único que me separa del mundo hostil. Si fallase alguna de las miles de piezas que componen el coche tal vez esa burbuja se rompería y mi cuerpo quedaría a merced del frío y de la nada. Me pregunto qué pasaría si un exceso de confianza en alguna curva me hiciese acabar en una cuneta o en un barranco. Si el cansancio, el alcohol o alguna droga me la jugasen al volante. Sé que soy muy hábil conduciendo y no le temo a nada, pero podría suceder que un conductor en sentido contrario invadiese mi carril y lo último que viera fueran unas luces aproximándose a toda velocidad. Y yo incapaz de esquivarlas a pesar de mi pericia.

Qué imágenes atravesarían mi cabeza durante esas últimas décimas de segundo. Quién me lloraría al enterarse de que ya no estoy. Quién me olvidaría unos minutos después. Qué recordarían de mí las personas que me aprecian. ¿Sería una canción, mi sentido del humor o las palabras que alguna vez os dije porque os quería mucho? Cuánto tardaría el paso del tiempo en hacer que quien me recuerde intensamente se acostumbre a mi ausencia. Quién seguiría entrando aquí a leerme cuando le asalte la nostalgia de cuando yo existía. Creo que he dejado un completo legado, en caso de un súbito deceso, para quien quiera conocer mi manera de pensar. Y para quien quiera recordarla.

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A veces me sorprende mi fortaleza mental. Mi capacidad para vivir en el subsuelo y despertarme otro día más como si tal cosa. Encenderme un cigarro, hacer café y seguir nadando entre la mierda. A veces pienso que la música es mi único salvavidas. Escuchar una canción y saber que alguien más estuvo donde yo estoy. Esta vez está bien saber que no soy nada original. Me hace sentir un poco menos solo y me hace pensar que vivimos en una sociedad. Si tuviera que quedarme con algo de este año sería con las cosas buenas que le han pasado a gente que me importa, porque a mí no me ha pasado nada bueno. Así que aquí seguiré escribiendo hasta que me muera de asco. 




I've been the king, I've been the clown.
Now broken wings can't hold me down. 

I say goodbye to romance.
Goodbye to friends.
Goodbye to all the past.
  

domingo, 22 de noviembre de 2020

Un millón de veces.

Las calles están llenas porque las 23:50 son las nuevas 8:50. Y ahora te bebes en una hora lo que antes te bebías en tres. Y llegas a casa sin saber cómo has llegado. Y te tumbas en la cama muerto. Y no puedo no pensar en ti. ¿También apurarás el toque de queda o te habrás quedado en casa? Sin pasar frío y fresca como una rosa. Distraída con algo. Sin prestarle atención a nada que se encuentre más allá de esas cuatro paredes y sin necesidad de ello. 

Como lees yo he salido y estoy bien. Pensando mucho. Y aguantando, como Fidel en Sierra Maestra. Como Ho Chi Minh cavando túneles por toda Indochina. Mi pequeña revolución será resistir. Evitar el colapso. Pensar que aunque no estás seguiré tumbándome derrotado y solo en el sofá o en la cama y encontraré ese libro, disco o película que me rescate el día. Pensar que aún me quedan cafés salvadores a la luz del sol que calienta la mañana y cigarros de desconexión antes de seguir levantando el país. Cervezas que te reconcilian con el mundo y cruces de miradas con esa chica de la otra mesa. 

A mí me gustaría no pensar tanto en ti. Bueno, no es lo que me gustaría, pero es lo que mejor me vendría. Poder recordarte como algo bueno que pasó cuando las cosas vayan bien. Y como una cicatriz de una herida que dolió, cuando vayan mal. Y en todo caso saber que estás bien y que sigues con tus sueños intactos mientras es domingo y yo vuelvo a escribir unas tristes líneas con la sensación de haberlas escrito un millón de veces ya.



Estoy acostumbrado 
a vivir al este del Edén.

lunes, 9 de noviembre de 2020

Secuela.

Yo lo intento. Pongo distancia. Trato de desandar el camino como hiciste tú hace tiempo. Son muchos los kilómetros y cada valle y cada pendiente me recuerda a las curvas de tu piel. Sé que debería olvidarte pero me da miedo el vacío que quedaría. ¿De verdad es necesario olvidar lo más fuerte que he sentido? Lo más intenso. Trato de seguir adelante intentando que tu recuerdo quede bien guardado en un pequeño y aislado compartimento en mi memoria. Y así los domingos por la tarde acceder a él y recordar que yo también fui una vez un ser humano que quería tanto a alguien como para doler así. Bien guardado como referencia para engañarme pensando que alguna vez conoceré a alguien como tú. Con una mente para perderse. Con una personalidad discreta que se vuelve arrolladora sin que me de cuenta. De esas que construyen kilómetros y kilómetros de galerías subterráneas en el corazón antes de que sea la hora de llevarte a casa y despedirnos. Si hubiera sabido que aquella vez iba a ser la última que estaríamos así... Da igual. No hubiera cambiado nada. 

Yo intento aguantar pero entonces llega una noche como anoche y vuelvo a soñar contigo. Yo no entiendo por qué me hace esto mi cabeza. En el sueño todo es tan bonito. Tú sonríes a mi lado mientras paseamos agarrados. Yo no dejo de mirarte y no importa que estemos en el sitio más bonito del mundo. Pero suena el despertador y se acaba todo. Yo me quedo aturdido y empiezo a recordar el sueño como si tratase de recoger los pedacitos de esos momentos. Tu pelo, tus ojos, tu sonrisa. Me siento pobre y desvalido. Con solo esos pedacitos hasta el día en que me muera. Y nada más.



Estoy tan cansado de ser como soy.
Todo lo que dije lo dijo alguien ya.

Si elijo una boca, la boca del lobo es para mí.
Si llego a la meta marcaré en mi puerta, ¡claro que sí!
Si mato una cosa será mariposa, soy así.



viernes, 29 de mayo de 2020

Contraportada.

¿Cómo será todo en unas décadas? Me imagino un mundo con cierto aire cyberpunk. Habrá un robot que te escriba un texto como los que hoy te escribo aquí. Una inteligencia artificial analizará miles de textos de su base de datos, los cruzará con tus búsquedas de Google o con las canciones que más has escuchado últimamente y te ofrecerá una combinación de palabras pensada para emocionarte. Lo habrán diseñado unos japoneses. Yo no serviré para nada. 




Baby, I’ve got a heart that’s haunted
and in your cold and empty bed, you’ll think of me,
you’ll think of me.

But you should know, girl, that I’ll be crying
out on that lonely road where not a soul can see
I’ll shed my tears for a love that’s dying
and in your cold and empty bed, you’ll think of me, oh yes,
you’ll think of me.

The summer sun, girl, will bring a stranger
and he'll be better to you than I used to be.  
And when he takes you into his arms, girl,
well, in your warm and loving bed
you won't think of me, no, no.
You won't think of me.

  

viernes, 15 de mayo de 2020

Epílogo.

Permitidme que me ponga serio ahora que ha pasado más de un año desde la primera vez que la probé y muchos meses desde que decidí que ya no más. Incluso desde la última noche que fui débil. Solo quería decir que he cumplido. Que dije basta y así fue. Que incluso he dejado algún mal hábito más por el camino y que he adquirido algunos mejores. Dentro de lo malo que fue, sobreviví. Sin secuelas aparentes, a pesar de lo que hice algunas noches que no quiero recordar. Y maduré.

Pero no todo es tan sencillo. Hay noches que sé que si la tuviera cerca volvería a probarla. Y lo haría porque no tengo esperanza. No hay futuro. Solo la posibilidad de haber tirado diez años de mi vida a la basura y la incertidumbre de no saber si voy a ser lo bastante fuerte para empezar de cero. Diez años. Da vértigo. ¿Cuántos "diez años" me quedarán? Me da miedo pasarme el resto de mi vida sin nada, encadenado a un sitio que adoro, pero en el que ya no tengo a nadie. Salvo a mis pobres padres, que no se merecen todo esto, y por los que intento seguir a flote.

Solo tendría que hacer una llamada y en un rato la volvería a sentir en mi garganta. Porque no he probado nada que me evada más. Es así. Pero luego hace que te duela todo, incluso un año después. Es lo que tiene esta droga. Te deja en el infierno después de pasar por el cielo. Tengo miedo de que no haya nada por lo que estar bien. Tengo miedo de una vida vacía, con todos los sueños agotados. Una vida en la que esta química sea lo único que me haga sentir algo.

Sería tan fácil como hacer una llamada. Pero no lo he hecho.



Si no fuera porque 
me tienen que enterrar
y que dos cipreses negros
se comerán mis sueños.
Si no fuera porque 
es tan triste convertirse en recuerdo. 

martes, 5 de mayo de 2020

Diarios de la peste (VIII)


A veces me despierto como si me hubiera pasado un trailer de diez toneladas por encima. Como aquella canción de los Smiths pero sin que tú estés a mi lado. Te quedas en el sueño y cuando despierto me paso cierto tiempo como un conejo deslumbrado por los faros de un coche en una carretera comarcal. Me quedo un rato mirando al techo y me voy resituando. Intento armarme de valor para afrontar un nuevo día. Lo intento. Me fumo el primer piti. Me aferro a la rutina de siempre, haciendo todo lo posible por mantener la cabeza ocupada. A veces tardo un poco en poner música y me bebo el café a solas, en silencio. La música se ha vuelto peligrosa porque todas las canciones hablan de ti. O de mí. O de nosotros.

Me pregunto cuándo dejaré de repasar los momentos que compartimos. De buscar otros significados a tus gestos, a tus miradas y a tus sonrisas. A tus preguntas y a tus respuestas. Cuándo dejaré de inventarme recuerdos y momentos que nunca compartimos y que nunca sucedieron. Ciudades que nunca visitamos y besos que nunca nos dimos. Falsos momentos que solo existen en mi cabeza y que no sé muy bien por qué motivo escribo aquí. Ahora soy consciente de que perder algo no duele tanto como perder algo que pudo ser. Saber que no lo podrás probar nunca y no saber cómo hubiera sido todo. Miras tu vida con resignación sabiendo que sería diferente. Y no es difícil imaginar que seguramente sería mejor. Te sientes un poco tonto porque pensabas que eras de hierro, pero eres de papel y esto duele demasiado. 



Quise cortar la flor más tierna del rosal
pensando que de amor no me podría pinchar. 
Y mientras me pinchaba me dijo una cosa:
una rosa es una rosa, una rosa es una rosa.


lunes, 27 de abril de 2020

Diarios de la peste (VII)

Durante hora y media fui desgranando todo el setlist. Canciones que oía susurrar respetuosamente al público, intercaladas con otras que había escrito yo y que eran recibidas con sorpresa. Algunas gotas de sudor caían desde mi frente y atrevesaban la nariz hasta perderse en mi barbilla. En contadas ocasiones levanté la mirada hacia la gente que me escuchaba a unos metros. Y cuando lo hacía era incapaz de mirar a nadie a la cara. Ni siquiera cuando hablaba y decía cuatro tonterías cada tres o cuatro canciones. En realidad me gustaba tener a alguien a quien mirar, me transmitía seguridad y me hacía sonreír. Pero la realidad es que no había nadie lo suficientemente especial allí. Tal vez si tú estuvieras... Pero tenía que asumir que no.

Terminó el concierto y el lugar rompió en aplausos. Di las gracias al público y me despedí antes de guardar mi guitarra y recoger algunas de mis cosas. La gente me daba la mano y me felicitaba pero yo era incapaz de distinguir a ninguno de esos extraños, así que me limité a dar innumerables gracias mientras intentaba abrirme paso hasta la barra. Pedí una cerveza con el objetivo de refrescar la garganta. Me empecé a agobiar, así que decidí salir a la calle a tomar un poco el aire.

El frío me pareció atroz. Muchos eran los que aprovecharon para salir a fumar o para irse a otro lugar a continuar la noche, así que crucé la calle intentando evitar a toda la gente que se agolpaba fuera del local. Volví a encenderme un cigarrillo y me apoyé sobre la pared de un edificio. A penas podía sostenerme en pie y fui dejándome caer hasta llegar al suelo. Cerré los ojos y pensé en ti. Supuse que estarías dormida. Con una sonrisa en los labios. Calentita bajo las mantas. Quizá compartiendo cama con otro.

Suspiré de dolor y dejé caer mi cabeza hasta las rodillas. Creí que iba a desfallecer por completo al sentir punzadas en el vientre. Presioné con mi mano buscando aliviar aquel dolor, pero al retirarla volvía a resurgir con más fuerza. Respiré hondo y traté de calmarme. Pasaron los minutos y aquello fue cesando poco a poco hasta que desapareció casi por completo. Escuché pasos acercándose pero no hice caso hasta que se detuvieron justo frente a mí. Pude distinguir unas botas negras que precedían a unas piernas enfundadas en unos vaqueros también negros.

– ¿Te encuentras bien? te he visto en el concierto.
– Sí, tranquila, estoy bien–, dije mientras me levantaba no sin cierto esfuerzo. – El concierto me ha agotado y estaba aquí descansando.
– Es que te he visto ahí sentado y me he asustado un poco, la verdad–, dijo la chica un poco más aliviada.
– Últimamente soy especialista en asustar a la gente de esta forma–, apunté con resignación.

Nos quedamos unos segundos mirándonos en silencio. Vi su cara de cerca y me llamaron la atención sus ojos verdes que brillaban a la luz y unas pestañas notablemente largas. Era ligeramente morena y sus labios estaban muy rojos. Me contagié de su sonrisa y acabé sonriendo yo también.

– No sé qué haces mejor, si cantar o sonreír–, dijo ella con una mueca de niña traviesa.
– Pues claramente ninguna de las dos cosas–, contesté sonriendo.
– Bah, qué  tontería–, su sonrisa se esfumó siendo sustituida por un gesto de indignación.
– En serio, tengo una sonrisa muy fea y desafino un montón.

Se llamaba Mireia y era de Barcelona. Había venido a la ciudad para terminar sus estudios de comunicación audiovisual y era algo mayor que yo. Estuvimos hablando alrededor de una hora durante la cual fui descifrando sus pequeños detalles, tratando de comprender su caracter y su forma de pensar. Llegué a la conclusión de que era una chica dura, a la que le gustaba dominar todas las situaciones. Me hizo gracia pensar que a mí, en cambio, me gustaba dejarme llevar y que ella lo tendría fácil para hacer conmigo lo que quisiera. Pero no tenía fuerzas para resistirme y tampoco me importaba demasiado lo que me pudiera ocurrir. 

– Acabas de tener un escalofrío, así que me voy a quitar la chaqueta y te la voy a poner–, le dije con fingida autoridad.
– Pero qué dices. No hace falta, enseguida se me pasa.
– Tú eliges: o te pones mi chaqueta y me muero de frío o vamos dentro a tomar algo.

Eligió lo segundo y un instante después tiraba de mi mano hacia la acera del local. Le pregunté por sus amigos y me dijo que no me preocupara, que le había caído bien y que prefería hablar conmigo. Tuvo la consideración de pensar en despedirse de ellos y desapareció buscándolos entre la gente. Uno de los que todavía pululaban por allí era mi amigo Javier, al que no veía desde antes del concierto. Me vio un instante después de que yo lo divisara charlando con sus acompañantes y me guiñó un ojo dándome a entender que enseguida estaba conmigo. Medio minuto después me estaba presentando a las dos chicas, una pelirroja y una rubia con larga melena y aires nórdicos. Los tres me felicitaron por el concierto y yo les di las gracias sonriendo. Vi que Mireia se acercaba y al verme no se lo pensó dos veces y avanzó hasta mi lado cogiéndome del brazo. No hizo falta que la presentase, ella misma lo dejó todo claro sin que yo dijera una palabra.

Las acompañantes de Javier nos dejaron y hablamos unos cinco minutos más. Me contó que se iban a otro local y le dije que yo prefería quedarme, que estaba algo cansado para discotecas y demás. Él asintió y me preguntó si quería algo de lo que había pillado para la noche. Me quedé unos segundos pensando y miré a Mireia que me observaba expectante. Le dije a Javier que sí y sacó de su bolsillo un papel enrrollado en el que imaginé que había medio gramo. Me lo tendió mientras me decía que era un pequeño regalo por el concierto que me había marcado. Le di las gracias mientras la pelirroja le metía prisa y le prometí que le llamaría para tomar algo a la semana siguiente. Se marchó sin volver la mirada agarrado de la cintura de la chica.

Le pregunté a Mireia si quería probar aquello. Se lo pensó un par de segundos y respondió afirmativamente. Apuramos las cervezas y nos metimos en el servicio de señoritas. Ella tiraba de mi mano y me metió en el último de los aseos. Cerró la puerta y de su bolso sacó un pequeño espejo, una tarjeta de crédito y un billete de diez euros. Extendí parte de la droga sobre el espejo y ella empezó a triturarla con la tarjeta. Lo hacía bastante bien, así que supuse que ya tenía cierta experiencia. Aquella cantidad dio para tres rayas. "Nos partimos la tercera, ¿vale?", me dijo. Enrrolló el billete y se metió la primera. Un gemido ahogó su respiración mientras cerraba los ojos levantando la cabeza hacia arriba. Sin duda le había gustado.

Abrió los ojos y percibí que me miraba con cierta sensualidad. Me tendió el espejo y el billete y consumí la segunda raya. La sentí bajar por mi garganta y expandirse por mi sistema nervioso. Cerré los ojos de placer. Creí sentirla adherirse a mi cerebro y un espasmo recorrió cada centímetro de mi cuerpo estremeciendo cada nervio. Pude sentir su olor y su aliento dentro de mí. Volví abrir los ojos con el cuerpo pidiéndome más. Me metí la mitad de la tercera y Mireia acabó con la otra mitad.

Nos miramos sonriendo. Ella guardó el espejo y me empujo hasta sentarme en la tapa del servicio. La mirada de sensualidad se había convertido en lujuria, con sus ojos verdes ardiendo de una manera que jamás hubiera imaginado. Se quitó la blusa y vi que llevaba un sujetador claro del que casi se escapaban sus pechos, que me parecieron extremadamente apetecibles. Saltó sobre mí y suspiré al sentir sus caderas frotarse con las mías. Ella gimió al hacerlo y sentirme, repitiéndolo con más fuerza. Acercó su boca a mi oído y susurró que me la follara. Desabrochó mi camisa mientras yo desenganchaba su sujetador. Ambos respirábamos muy agitados. Se acercó a mí y sentí su pecho apretarse contra el mío. Dijo algo sobre mi piel, me besó y yo cerré los ojos.

Pero algo no iba bien. Aquel dolor en el estómago había vuelto. "¿Qué coño estoy haciendo?", me dije a mí mismo mientras sentía su lengua meterse dentro de mí y su respiración adherirse a mi piel. Centenares de pensamientos, de recuerdos, cruzaron mi mente chocando unos contra otros y rompiéndose en mil pedazos. Empecé a sentir como si algo estuviese a punto de estallar en mi cabeza. El corazón me latía demasiado rápido. La cogí de los muslos y me puse en pie dejándola en el suelo. Me separé de ella y la miré durante un instante. "No puedo hacerlo", le dije. Pude ver su cara de desconcierto y oí que me preguntaba algo que no quise oír. Me di la vuelta y, tras unos segundos tratando de descifrar el mecanismo de apertura de la puerta, salí fuera intentando abrocharme los botones de la camisa. 

La oí gritar desde allí dentro pero me resultó imposible saber qué. Mi corazón latía a una velocidad que me daba miedo y mi cuerpo sudaba cada vez más. Me costó media vida abrocharme los primeros botones pero lo conseguí justo cuando salía del servicio. Deseaba huir de allí y busqué con la mirada la chaqueta que había tenido el acierto de dejar al lado de la funda de la guitarra. Un minuto después había perdido de vistal el local y me dirigía con paso rápido, aunque errático, hacia casa. Un paso a juego con mi vida, que parecía tocar fondo cada día un poco más.



Fue aquella gitana que nos leyó el porvenir,
dijo "uno es el asesino y el otro es el que va a morir".
Y salimos de allí y el miedo sonó en tu voz: 
"antes de que tú me mates prefiero matarme yo". 







miércoles, 15 de abril de 2020

Diarios de la peste (VI)


Es verdad. Esas noches feas en las que me pregunto por qué merece la pena seguir. ¿Por qué, si no quiero, resisto aquí? Hoy solo se me ocurre que porque en 15 o 20 años la industria de Hollywood no tendrá ninguna idea original para una película así que solo se les ocurrirá financiar con ingentes cantidades de dinero una nueva saga de El señor de los anillos. Yo protestaré: ya no se hace cine como antes. Ya no hay nuevos Humphrey Bogart ni John Ford. Tampoco hay nadie como Ingrid Bergman. Pero aún así volveremos a emocionarnos cuando suene esa música épica y una carga de caballería aplaste a un rebaño de apestosos orcos y algún trol, cegados por la luz del mithrandir Gandalf. Durante esas tres horas me evadiré de mi vida. 

Seguir porque otro día dentro de mucho tiempo sonará una canción. Yo me acordaré de ti. Habré restringido tu régimen de visitas a mi cabeza. Pero sé que cuando llegue el estribillo y suenen esos arreglos de piano volverás con fuerza. Te dedicaré unos minutos asomado a la ventana, fumando un cigarrillo. Me preguntaré si estarás bien. Si serás feliz. Pensaré en cómo sería mi vida si estuvieras aquí. Si estuvieras conmigo. Si fueras mía. Será la nostalgia la que me domine, como un recuerdo de lo que sentí por ti. Un recuerdo de estar vivo. De cuando lo hubiese dado todo por ti.



130 noches recordé tu cara de ángel,
130 días lamenté no poder oír tu voz.

viernes, 10 de abril de 2020

Diarios de la peste (V)

Solo Dios sabe cuánto tiempo he dedicado a darle vueltas. Cuántas noches pensando. Cuántos cigarrillos consumidos mirando al horizonte. Pero todavía no logro situar el momento en el que te perdí. Qué fue lo que hice mal. Qué no cambió y debió cambiar, o qué cambió y no debió hacerlo. O si simplemente nunca pude tenerte. Si nunca fue posible para mí.

He repasado muchas veces cada momento que compartimos. El tiempo pasa y algunos de ellos se van difuminando poco a poco en mi memoria como una foto en papel. Otros se convierten en pasajes a modo de película. Y los más vívidos se clavan en mi mente y los siento de manera intensa. Son como una foto en alta resolución. Puedo adentrarme en ellos, fijarme en algún detalle y luego volver a mirarte a ti. Los he pensado tantas veces que no los voy a poder olvidar nunca. Pero son demasiado pocos. Y también se van difuminando con el paso del tiempo. Los recordaré y no sabré decir si hacía frío, qué canción sonaba o si de verdad estabas tan a gusto conmigo.



Wish I knew what you were looking for,
might have known what you would find.  

martes, 7 de abril de 2020

Paréntesis.

Aquella habitación parecía un refugio frente al frío y la noche. Fuera llovía y a mí me vinieron a la mente Vic Vega y Mia Wallace, disfrutado de una noche juntos. Ella dejándose llevar y él consciente de que aquella noche no se iba a repetir nunca. Me tensé sobre el colchón al pensarlo y tú lo notaste. Alargué la mano hasta la mesilla y extraje un cigarrillo del paquete. Lo llevé hasta mis labios y volví a palpar el mueble buscando el encendedor. Tú te despegaste de mi hombro y me miraste fijamente.

—No me gusta que fumes tanto—, dijiste con voz casi a modo de riña.
—No lo puedo evitar, me relaja tener algo entre los labios—, me justifiqué de forma idiota.

Justo cuando aún no había acabado de pensar en que –como Vic Vega– debía tratar de aprovechar aquella noche de calma en medio de mi posguerra diaria, me quitaste el cigarrillo y me besaste. Cerré los ojos y sentí durante unos segundos el tacto y el sabor de tus labios, y supe que iba a ser incapaz de olvidar aquello durante el resto de mi vida. Cuando nos separamos permaneciste unos segundos frente a mí con los ojos cerrados. Sentí una descarga de adrenalina recorrer todo mi cuerpo y me vi con fuerzas para escalar los catorce ochomiles uno tras otro.

—¿Sigues queriendo fumar?—, dijiste sonriendo mientras me enseñabas el cigarrillo en tu mano.
—Dios... no—, acerté a decir a duras penas.

Aquello era mejor que todos los cigarrillos del mundo, así que volví a probar esa sensación. Te besé con suavidad y durante más tiempo hasta que me quedé sin aliento. Osé abrir los ojos mientras lo hacía y vi los tuyos cerrados y algunas de tus casi imperceptibles pecas que no escapaban a la poca distancia que nos separaba y que nos unía. Alargué mis manos y acaricié tu cuello con la yema de mis dedos que se deslizaban sin ningún obstáculo sobre tu piel suave. Pensé que podría estar así para siempre. En tus brazos, entre tu pelo.

Al vover a separar nuestros labios tú llevabas ya casi un minuto encima de mí, pero solo entonces empecé a ser consciente de tu cuerpo sobre el mío. No habían neuronas suficientes para procesar tantos estímulos. La gravedad atraía tu pelo suelto hacia mí, tapándote parcialmente el rostro. Te lancé profundas caricias, explorando aquella geografía que parecía haber sido tallada por el mar durante millones de años con exquisitez y minuciosidad. Te sujeté por los hombros y, con firmeza y suavidad, te acosté de espaldas quedando yo arriba. Mis caricias lentas y profundas se transformaron en tus manos agarrando mi espalda, con fuerza, arrugando mi camisa instantes antes de que volara por la habitación hasta aterrizar sobre el butacón. Luego aterrizó tu jersey y me di de bruces con tal cantidad de centímetros cuadrados de tu piel que casi me da un infarto. Deseé detenerme a examinar cada uno de ellos. Llevabas un sujetador oscuro y me acerqué a besarte las clavículas marcándose con una precisión letal. Me atreví a deslizar uno de los tirantes más allá de tu hombro. Lo hice sin mirar, como si estuviera prohibido, y, aún así, me atreví a hacer lo mismo con el otro mientras seguía recorriendo tus clavículas con si fuese el Tour de Francia.

Tú te incorporaste un poco y te desabrochaste el sujetador. Apoyaste los brazos sobre la cama, acercando tu cuerpo al mío, y me miraste invitándome a que me deshiciera de aquella prenda que se interponía aún entre nuestros cuerpos. Aguanté la respiración de manera inconsciente y lo hice. Descubrí tus pechos y los acaricié con la yema de mis dedos, lo más suave de lo que fuí capaz. Me acerqué y los besé, consciente de que me observabas con curiosidad recostada sobre la almohada. Así pude percibir claramente tu calor y oír tu corazón agitándose cada vez con más frecuencia hasta ahogarse en un tímido y primer gemido. Te seguí besando mientras notaba tu mano maniobrar con el botón de mi pantalón vaquero. Te deshiciste de él hábilmente y me acariciaste de forma suave pero decidida. Gemí ligeramente y te vi morderte el labio inferior. Aquellas ganas me habían invadido por completo. Las ganas de sentir tu piel sobre la mía y de no salir de aquí nunca. Ascendí hasta tus labios y seguí besándote para enseguida volver a descender por tu cuello, por tu pecho y por tu vientre hasta imitar tu destreza con mi pantalón desabrochando tu vaquero. Lo bajé lentamente, aprovechando para recorrer con mis manos el contorno de tus caderas, y lo retiré. Un culotte negro y unos muslos pálidos y esbeltos continuaban tu cuerpo más allá de las caderas. El contraste de la tela oscura sobre tu piel resplandeciente me iba a acompañar el resto de mis días.

Los cristales de la habitación estaban completamente empañados, impidiéndome saber si seguía lloviendo o no, y la luz del pequeño flexo creaba una atmósfera que nunca me había parecido tan acogedora como aquella noche. Me incorporé un poco. Respiré hondo. Tú seguías tumbada en la cama. Creo que disfrutando al verme así. Un poco apurado, no te lo voy a negar. Te miré y me sonreiste. Yo me dejé caer sobre ti y mientras te besaba me hice un hueco entre tus piernas. Acaricié tus muslos por fuera. Luego lo hice por dentro. Sentí que temblabas ligeramente. Pero calculé que yo estaba rondando ya las ciento sesenta pulsaciones por minuto. Deseé que el ataque al corazón tardase un poco más. Quería seguir acariciándote. Tenerte más conmigo. Seguir explorándote y tocarte como nunca te había tocado.




martes, 31 de marzo de 2020

Diarios de la peste (IV)

Daría cualquier cosa por verte, aunque únicamente fuese durante un café de cinco minutos. Daría cualquier cosa, aunque Pedro Sánchez estuviese en contra. Le diría "señor presidente del gobierno, déjeme asumir las consecuencias y permítame verla aunque solo sea durante un café de cinco minutos". Me dan igual las sanciones administrativas y me daría igual pasarme veinte años picando piedra a partir de que se acabe ese café de cinco minutos. Podría asumir verte marchar y que los guardias me estuviesen esperando en la puerta con un traje de obra y un pico. Sobre la marcha tendría que decidir si camuflar un par de frases a modo de extracto de todo lo que he escrito aquí o si simplemente callarme y escucharte hablar de cualquier cosa como si no pasase nada. Sin estridencias. Como si ese café se fuese a repetir pronto. Girarme una última vez, con las manos ya esposadas, y ver como te pierdes entre la gente. Ver tu pelo resplandecer mientras se mueve suavemente por la brisa y te vas alejando poco a poco. Con tu mente ya en otro lado. Daría cualquier cosa por esos cinco minutos. Haría cualquier cosa, pero solo si tú quisieras verme.

Qué más da cuando acabe esto. Que más da si no te voy a ver, ni mucho menos a abrazar. Podríamos estar aquí años y todo sería igual. Que acabe ya por ti y por la gente que me importa. Que podáis salir a la calle y hacer vida normal. Reencontraos con los vuestros y continuad con vuestros sueños y ambiciones. Yo me quedo aquí. No hay nada ahí afuera para mí. No nos vamos a cruzar de manera espontánea por la calle, ni nos vamos a tomar un café de cinco minutos. No voy a volver a sentir tu pelo acariciándome la cara así que qué más da que esto se acabe o no para mí.



Y siempre estoy rompiéndome la voz

cantando coplas bajo tu ventana, amor.  


miércoles, 25 de marzo de 2020

Diarios de la peste (III)

Gabriel Conroy y su esposa Gretta acuden a la fiesta de las señoritas Morkan el día de la Epifanía de 1904 en Dublín. Gabriel observa la emoción reflejada en la cara de su esposa mientras suena una vieja canción. A la vuelta, ella le confiesa que aquella canción le ha traído a la memoria el recuerdo de un amor de juventud que se vió truncado por la muerte de su amado. Ya en casa, Gabriel observa a su esposa mientras ella duerme plácidamente y reflexiona.  

Qué pequeño papel he representado en tu vida. Es casi como si no hubiera sido tu marido. Como si nunca hubiéramos convivido como marido y mujer. ¿Cómo eras entonces? Para mí tu cara sigue siendo preciosa, pero ya no es aquella por la que Michael Furey dio su vida. ¿Por qué siento este torbellino de emociones? ¿Qué las ha despertado? (...) La fiesta de mis tías. Mi estúpido discurso. El vino. El baile. La música... Pobre tía Julia. Qué expresión tan vacilante tenía mientras cantaba ataviada por la boda. Pronto será también una sombra, como la sombra de Patrick Morkan y su caballo. Quizá pronto me siente en ese mismo salón vestido de negro. Los visillos estarán corridos. Y yo rebuscaré en mi mente palabras de consuelo. Y solo encontraré algunas torpes e inútiles. Sí, eso ocurrirá muy pronto. 

Los períodicos tienen razón. La nieve está cubriendo toda Irlanda. Cae sobre toda la oscura llanura central, sobre las colinas despobladas. Suavemente sobre los pantanos de Allen. Y más lejos, hacia el oeste. Cae suavemente sobre las oscuras y revueltas aguas del Shannon. Uno a uno, todos nos convertiremos en sombras. Es mejor pasar a ese otro mundo impúdicamente, en la plena euforia de una pasión, que irse apagando y marchitarse tristemente con la edad. ¿Cuánto tiempo has guardado en tu corazón la imagen de los ojos de tu amado diciéndote que no deseaba vivir? Yo no he sentido nada así por ninguna mujer, pero sé que ese sentimiento debe ser amor. Piensa en todos los que alguna vez han vivido desde el principio de los tiempos. Y en mí, transeúnte como ellos, fluctuando también hacia su mundo gris. Como todo lo que me rodea. Este mismo sólido mundo en el que ellos se criaron y vivieron se desmorona y se disuelve. 

Cae la nieve. Cae sobre ese solitario cementerio en el que Michael Furey yace enterrado. Cae lánguidamente en todo el universo. Y lánguidamente cae como en el descenso de su último final. Sobre todos los vivos. Y los muertos. 

Dubliners: "The Dead".
James Joyce.


domingo, 22 de marzo de 2020

Diarios de la peste (II)

Son las cinco de la mañana y no puedo dormir. Me asomo a la ventana con un cigarrillo en los labios, deseando que sea el último del día. Fuera llueve pero nadie se enterará hasta dentro de un par de horas. En los edificios de mi calle tan solo sobreviven un par de luces dispersas en algunos pisos. Preciosa estampa para un confinamiento.

No sé si te ha pasado alguna vez. Descubrir o redescubrir un grupo de música que de un día para otro cambia todos tus esquemas. Llevar cierto tiempo remando en la dirección correcta y que de pronto una canción se cruce en tu camino y te muestre un abismo jodidamente profundo. Recuperar la consciencia unas horas después, a oscuras, tendido en el suelo de la habitación. Sentirte como si te hubieran abducido. Y el disco sonando y girando una y otra vez. Dudar si esta vez vas a poder sortear ese pozo sin fondo y no tener más remedio que dejarlo todo a merced del paso de los días. Pensamientos que te asaltan al menor descuido una noche cualquiera de cuarentena, y que no puedes contar a nadie.



World reknowned failure at both death and life.
Given nothingness, purgatory blight.
To run and hide, a cowardly procedure.
Options exhausted, except for anesthesia.

jueves, 19 de marzo de 2020

Diarios de la peste (I)


Se me va a hacer larga la cuarentena, aunque supongo que como a todo el mundo. No es nada especial. Lejos de alguien que me importe, como la mayoría de mi existencia. Aunque estoy acostumbrado a no poder verte parece peor ahora que también me lo impide el Estado. Un obstáculo más, en forma de controles de las fuerzas y cuerpos de seguridad. Otro obstáculo más, como si fueran pocos los kilómetros y muchas tus ganas de verme. Pienso que de alguna manera ya me había acostumbrado a todo lo que nos separa y que esta pandemia me lo ha recordado, siendo así todo más dramático. Una verguenza si lo comparas con un drama de verdad, como me suele pasar.

Yo solo espero que tú estés bien. Y, siendo un poco más egoísta, que mi recuerdo se cruce de vez en cuando por tu cabeza. Una vez a la semana, aunque sea. Quizá el recuerdo de aquella playa o de aquella canción que sonaba en aquel sitio del centro. Y también querría que no se acabase el mundo aún y volver a sentir lo que sentía esos cinco minutos antes de verte, aunque fuese similar a un ataque al corazón.



Le he preguntado a todos mis amigos 
y cada uno de ellos me ha dicho que sí.
Todos los libros del último siglo,
todos los discos del mundo parecen decir...