martes, 31 de marzo de 2020

Diarios de la peste (IV)

Daría cualquier cosa por verte, aunque únicamente fuese durante un café de cinco minutos. Daría cualquier cosa, aunque Pedro Sánchez estuviese en contra. Le diría "señor presidente del gobierno, déjeme asumir las consecuencias y permítame verla aunque solo sea durante un café de cinco minutos". Me dan igual las sanciones administrativas y me daría igual pasarme veinte años picando piedra a partir de que se acabe ese café de cinco minutos. Podría asumir verte marchar y que los guardias me estuviesen esperando en la puerta con un traje de obra y un pico. Sobre la marcha tendría que decidir si camuflar un par de frases a modo de extracto de todo lo que he escrito aquí o si simplemente callarme y escucharte hablar de cualquier cosa como si no pasase nada. Sin estridencias. Como si ese café se fuese a repetir pronto. Girarme una última vez, con las manos ya esposadas, y ver como te pierdes entre la gente. Ver tu pelo resplandecer mientras se mueve suavemente por la brisa y te vas alejando poco a poco. Con tu mente ya en otro lado. Daría cualquier cosa por esos cinco minutos. Haría cualquier cosa, pero solo si tú quisieras verme.

Qué más da cuando acabe esto. Que más da si no te voy a ver, ni mucho menos a abrazar. Podríamos estar aquí años y todo sería igual. Que acabe ya por ti y por la gente que me importa. Que podáis salir a la calle y hacer vida normal. Reencontraos con los vuestros y continuad con vuestros sueños y ambiciones. Yo me quedo aquí. No hay nada ahí afuera para mí. No nos vamos a cruzar de manera espontánea por la calle, ni nos vamos a tomar un café de cinco minutos. No voy a volver a sentir tu pelo acariciándome la cara así que qué más da que esto se acabe o no para mí.



Y siempre estoy rompiéndome la voz

cantando coplas bajo tu ventana, amor.  


miércoles, 25 de marzo de 2020

Diarios de la peste (III)

Gabriel Conroy y su esposa Gretta acuden a la fiesta de las señoritas Morkan el día de la Epifanía de 1904 en Dublín. Gabriel observa la emoción reflejada en la cara de su esposa mientras suena una vieja canción. A la vuelta, ella le confiesa que aquella canción le ha traído a la memoria el recuerdo de un amor de juventud que se vió truncado por la muerte de su amado. Ya en casa, Gabriel observa a su esposa mientras ella duerme plácidamente y reflexiona.  

Qué pequeño papel he representado en tu vida. Es casi como si no hubiera sido tu marido. Como si nunca hubiéramos convivido como marido y mujer. ¿Cómo eras entonces? Para mí tu cara sigue siendo preciosa, pero ya no es aquella por la que Michael Furey dio su vida. ¿Por qué siento este torbellino de emociones? ¿Qué las ha despertado? (...) La fiesta de mis tías. Mi estúpido discurso. El vino. El baile. La música... Pobre tía Julia. Qué expresión tan vacilante tenía mientras cantaba ataviada por la boda. Pronto será también una sombra, como la sombra de Patrick Morkan y su caballo. Quizá pronto me siente en ese mismo salón vestido de negro. Los visillos estarán corridos. Y yo rebuscaré en mi mente palabras de consuelo. Y solo encontraré algunas torpes e inútiles. Sí, eso ocurrirá muy pronto. 

Los períodicos tienen razón. La nieve está cubriendo toda Irlanda. Cae sobre toda la oscura llanura central, sobre las colinas despobladas. Suavemente sobre los pantanos de Allen. Y más lejos, hacia el oeste. Cae suavemente sobre las oscuras y revueltas aguas del Shannon. Uno a uno, todos nos convertiremos en sombras. Es mejor pasar a ese otro mundo impúdicamente, en la plena euforia de una pasión, que irse apagando y marchitarse tristemente con la edad. ¿Cuánto tiempo has guardado en tu corazón la imagen de los ojos de tu amado diciéndote que no deseaba vivir? Yo no he sentido nada así por ninguna mujer, pero sé que ese sentimiento debe ser amor. Piensa en todos los que alguna vez han vivido desde el principio de los tiempos. Y en mí, transeúnte como ellos, fluctuando también hacia su mundo gris. Como todo lo que me rodea. Este mismo sólido mundo en el que ellos se criaron y vivieron se desmorona y se disuelve. 

Cae la nieve. Cae sobre ese solitario cementerio en el que Michael Furey yace enterrado. Cae lánguidamente en todo el universo. Y lánguidamente cae como en el descenso de su último final. Sobre todos los vivos. Y los muertos. 

Dubliners: "The Dead".
James Joyce.


domingo, 22 de marzo de 2020

Diarios de la peste (II)

Son las cinco de la mañana y no puedo dormir. Me asomo a la ventana con un cigarrillo en los labios, deseando que sea el último del día. Fuera llueve pero nadie se enterará hasta dentro de un par de horas. En los edificios de mi calle tan solo sobreviven un par de luces dispersas en algunos pisos. Preciosa estampa para un confinamiento.

No sé si te ha pasado alguna vez. Descubrir o redescubrir un grupo de música que de un día para otro cambia todos tus esquemas. Llevar cierto tiempo remando en la dirección correcta y que de pronto una canción se cruce en tu camino y te muestre un abismo jodidamente profundo. Recuperar la consciencia unas horas después, a oscuras, tendido en el suelo de la habitación. Sentirte como si te hubieran abducido. Y el disco sonando y girando una y otra vez. Dudar si esta vez vas a poder sortear ese pozo sin fondo y no tener más remedio que dejarlo todo a merced del paso de los días. Pensamientos que te asaltan al menor descuido una noche cualquiera de cuarentena, y que no puedes contar a nadie.



World reknowned failure at both death and life.
Given nothingness, purgatory blight.
To run and hide, a cowardly procedure.
Options exhausted, except for anesthesia.

jueves, 19 de marzo de 2020

Diarios de la peste (I)


Se me va a hacer larga la cuarentena, aunque supongo que como a todo el mundo. No es nada especial. Lejos de alguien que me importe, como la mayoría de mi existencia. Aunque estoy acostumbrado a no poder verte parece peor ahora que también me lo impide el Estado. Un obstáculo más, en forma de controles de las fuerzas y cuerpos de seguridad. Otro obstáculo más, como si fueran pocos los kilómetros y muchas tus ganas de verme. Pienso que de alguna manera ya me había acostumbrado a todo lo que nos separa y que esta pandemia me lo ha recordado, siendo así todo más dramático. Una verguenza si lo comparas con un drama de verdad, como me suele pasar.

Yo solo espero que tú estés bien. Y, siendo un poco más egoísta, que mi recuerdo se cruce de vez en cuando por tu cabeza. Una vez a la semana, aunque sea. Quizá el recuerdo de aquella playa o de aquella canción que sonaba en aquel sitio del centro. Y también querría que no se acabase el mundo aún y volver a sentir lo que sentía esos cinco minutos antes de verte, aunque fuese similar a un ataque al corazón.



Le he preguntado a todos mis amigos 
y cada uno de ellos me ha dicho que sí.
Todos los libros del último siglo,
todos los discos del mundo parecen decir...