Hay
una chica preciosa en la televisión, una que presenta las noticias
de la madrugada. Tiene los ojos azules y una voz muy dulce, y siempre
sonríe. Es, de largo, la presentadora más guapa que he visto nunca.
Cada noche que paso en casa me tiro en el sofá y me quedo mirando su
sonrisa hipnóticamente, esperando a que me venza el sueño y poder
dormir unas horas. Aunque a veces no soy capaz y permanezco en un
estado de duermevela hasta que me sorprenden las primeras luces del
día.
Hoy
siento la estricnina agolpándose en la nuca y sé que no voy a
dormir. Estoy tirado boca arriba en el sofá, con la cabeza apoyada
en el reposa brazos, encarada hacia la televisión. Y allí la veo,
con su sonrisa, repasando las noticias del día una y otra vez, cada
media hora, siempre con su sonrisa. A veces imagino que podría estar
sonriéndome a mí, aunque luego pienso que deben haber otros cientos
o miles de imbéciles más mirándola en este momento y pensando lo
mismo que yo o imaginando cosas peores, y me dan ganas de protegerla.
Creo que mataría a todos esos cerdos si supiera lo que están pensando.
Está
sonando el teléfono, y es extraño. Nunca suele llamar tan tarde. De
hecho, ya nunca suele llamar. Y yo tampoco suelo llamarla, claro,
incluso he olvidado su número. Decido alargar la mano hasta la
mesilla y lo cojo sin dejar de mirar la televisión. Me cansa mover
el brazo así que pongo el teléfono sobre mi oreja y sobre mi cara y
pienso que, si no me muevo, no se caerá.
Es
ella. Su voz es más dulce que la de la presentadora, de eso no hay
duda. Habla y habla sin parar y yo no hago ningún esfuerzo por
interrumpirla. Me pregunta que cómo estoy y yo le digo que estoy
bien. Me extraña mi voz, hacía tiempo que no la oía y me resulta
casi ajena. Ella se queda en silencio unos instantes ante mi seca
respuesta, calibrando mi mentira y deduciendo cómo estaré en
realidad. Ella ya sabe los detalles. Sin demasiado interés y casi
mecánicamente le pregunto que cómo está. “Bueno, estoy...”, me
responde, y pienso que siempre ha estado así.
Seguimos
hablando quince minutos más y ella me cuenta que anteayer tuvo un
accidente con el coche, “pero nada grave, tranquilo”. Iba
distraída, el de delante frenó de golpe y ella no lo vio a tiempo.
Me dice que está con un tío y que llevan poco tiempo, pero que está
enamorada. “Enamorada”, murmuro entre dientes, pero no sé muy
bien que decirle, así que me quedo un rato en silencio. Intento
decidir si aquello me duele o si no me afecta. Y aunque parece que no
siento nada, creo que en el fondo la indolencia la provocan otras
cosas. Ella me lee el pensamiento y me pregunta si he dejado aquello.
Y yo pienso que qué más da otra mentira a estas alturas, y le digo
que lo he dejado. Ella se alegra, y a mí me da la risa. Pienso que
soy un poco cabrón, y consigo contener las carcajadas.
Todavía
te quiero, me dice. ¿La quería yo a ella aunque sólo fuera un
poquito? Ya sabes que sí, le digo. Se
despide dulcemente y cuelga. Yo paso algún tiempo escuchando los
agudos pitidos del teléfono y pienso. Me vuelvo a fijar en la
televisión y veo que ella sigue con las noticias, sonriendo. La veo
pero no soy capaz de escucharla, y es que aquella conversación
todavía sigue en mi cabeza, con su voz rebotando dentro de mí.
Que
nunca llame más.