Sabía que el restaurante te iba a encantar. Es un sitio pequeñito en la zona más bulliciosa de la ciudad. Lo suficientemente tranquilo como para ponernos al día y que no importase mucho más que lo que pasase en nuestra mesa. La cosa se puso seria cuando apareciste con aquel vestido verde. Tragué saliva y me felicité a mí mismo por haber elegido bien aquella camisa azul y mi mejor par de zapatos. Lo mínimo indispensable para aguantar en el campo de batalla.
Ahora vuelvo a casa y me van viniendo a la cabeza las líneas que ahora lees. El trayecto se demora porque me entretengo en cada esquina y en cada cruce que hay desde tu casa a la mía. Los voy saboreando como si no quisiese que acabase esa sucesión de farolas y de coches aparcados, uno detrás de otro. Y me entretengo especialmente pensando en tu portal. Pensando en ti, sobre uno de los escalones, mientras yo te miro a escasa distancia y un poquito por debajo de tus ojos. Pensando en tus labios, en tu sonrisa y en tu piel blanca. En tu cuerpo bajo ese vestido verde que no se me olvidará en lo que me queda de vida.
1 comentario:
Si los portales hablasen.... Pronto me despediré de aquel que fue testigo de una noche inolvidable hace ya varios años. No obstante, da igual, esas sensaciones bajo la piel están bien guardadas y viajan conmigo en el espacio y en el tiempo. Me encanta leerte, sea un minuto, cinco o una hora. Abrazos desde el (no tan) norte.
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