sábado, 30 de agosto de 2008

Obabakoak

Si algo distinguía a Onofre era su entusiasmo, la energía que ponía en la realización de dicha estratagema. Para ser francos, sus circunstancias personales pedían a gritos este engaño. La soledad en que vivía era atroz, y no llegué del todo a darme cuenta de ello hasta que en una ocasión le pedí un despertador.

-Mañana por la mañana tengo que ir a la ciudad, y por esto se lo pido –le comenté.
-¡Pero, cómo! ¿No tienes despertador? –Me miró atónito, como si diera crédito a lo que estaba oyendo

Le respondí que no. Que de verdad no tenía despertador. Entró en su casa pensativo, para volver enseguida con un aparato grande y de color plateado. Poniéndolo en la mano, me dijo casi emocionado:

-¡Amigo, cómprate un despertador! ¿No ves que hace mucha compañía?

Sentí un escalofrío. Acababa de escuchar, y de labios de quien menos me lo hubiera esperado, una definición exacta de la soledad. ¿Qué era la soledad? Pues una situación en la que hasta el tictac de un reloj se convierte en compañía.

Me vinieron a la memoria las tabernas.
¡Cuantas vidas han salvado!, dije para mis adentros







Bueno, pues esto es un fragmento que me gusta mucho de un libro, Obabakoak, de Barnardo Atxaga. De verdad que es un magnífico libro.

1 comentario:

kimara dijo...

Me gusta tu blog.