La potencia infinita de nuestro ensoñar, que supera invisiblemente a la aparente distorsión de voluntades.
Y nos derretíamos sobre la arena, muriendo de calor, sin dejar de mirarnos. Recorrí tantas veces tu cuerpo que conseguí aprenderme cada curva y cada lunar, hasta el punto de sentirme capaz de escribir un libro de cada uno de ellos. Me perdí en tus caderas y me encontraste en tus ojos, de un azul más azul que el mar, más intensos que la propia vida. Deseé poder parar el tiempo y quedarme allí para la eternidad.
Y me quedó claro que yo estaba en tus manos cuando nos fuímos mar adentro y, con el agua al cuello, me volví, te miré y tú dijiste “te podría matar y no se iba a enterar nadie”. Y sonreíste, y me abrazaste. Y yo estaba seguro de que nada podría separarnos.
Sin querer tú me miras y algo recorre mi espina dorsal.
Sin querer tú me miras y algo recorre mi espina dorsal.
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