Esta noche tengo una buena excusa para robarme unas horas de sueño. Las voy a canjear por la oportunidad de construir con palabras un recuerdo de lo que pasaba por mi cabeza en este día. Me siento mejor si sé que las cosas quedan en algún sitio y no únicamente en mis recuerdos, o en los nuestros, a merced del tiempo y de que nuestro instinto de supervivencia vaya poco a poco difuminando todo lo que compartimos. He bebido un poco y he fumado un poco más. Pero es parte de la celebración, porque mañana empieza un enésimo intento de reflotar el barco.
Necesitaré una gran movilización que contrastará con esa facilidad para desaparecer que pareces exhibir. Reuniré provisiones para sobrevivir mientras allí tú vives y creces y yo me retraigo al amoniaco del carrete Kodak y a la tinta de algunos viejos papeles, todo olvidado en algún cajón. Aquí saldré a pasear por las tardes y evitaré ciertos lugares porque no soportaría volver a ellos sin ti. Me cobijaré en mi hogar y dejaré de existir más allá de las últimas calles. Si las cosas van bien me permitiré sonreír cada vez que salga el nombre de esta ciudad en las noticias, imaginando que tú también las has visto y que te acuerdas de mí. Pasarán los meses y me gastaré el sueldo en cigarrillos. Si las cosas van mal, intentar sobrevivir a los días y a las noches acortará un lustro mi esperanza de vida, pero tampoco estamos hablando de una gran tragedia si iba a pasar esos años sin ti.
Tal vez me olvidé de que allí estaba el mar,
y entonces el mar se echó sobre nosotros.
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