martes, 5 de mayo de 2020

Diarios de la peste (VIII)


A veces me despierto como si me hubiera pasado un trailer de diez toneladas por encima. Como aquella canción de los Smiths pero sin que tú estés a mi lado. Te quedas en el sueño y cuando despierto me paso cierto tiempo como un conejo deslumbrado por los faros de un coche en una carretera comarcal. Me quedo un rato mirando al techo y me voy resituando. Intento armarme de valor para afrontar un nuevo día. Lo intento. Me fumo el primer piti. Me aferro a la rutina de siempre, haciendo todo lo posible por mantener la cabeza ocupada. A veces tardo un poco en poner música y me bebo el café a solas, en silencio. La música se ha vuelto peligrosa porque todas las canciones hablan de ti. O de mí. O de nosotros.

Me pregunto cuándo dejaré de repasar los momentos que compartimos. De buscar otros significados a tus gestos, a tus miradas y a tus sonrisas. A tus preguntas y a tus respuestas. Cuándo dejaré de inventarme recuerdos y momentos que nunca compartimos y que nunca sucedieron. Ciudades que nunca visitamos y besos que nunca nos dimos. Falsos momentos que solo existen en mi cabeza y que no sé muy bien por qué motivo escribo aquí. Ahora soy consciente de que perder algo no duele tanto como perder algo que pudo ser. Saber que no lo podrás probar nunca y no saber cómo hubiera sido todo. Miras tu vida con resignación sabiendo que sería diferente. Y no es difícil imaginar que seguramente sería mejor. Te sientes un poco tonto porque pensabas que eras de hierro, pero eres de papel y esto duele demasiado. 



Quise cortar la flor más tierna del rosal
pensando que de amor no me podría pinchar. 
Y mientras me pinchaba me dijo una cosa:
una rosa es una rosa, una rosa es una rosa.


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