lunes, 9 de noviembre de 2020

Secuela.

Yo lo intento. Pongo distancia. Trato de desandar el camino como hiciste tú hace tiempo. Son muchos los kilómetros y cada valle y cada pendiente me recuerda a las curvas de tu piel. Sé que debería olvidarte pero me da miedo el vacío que quedaría. ¿De verdad es necesario olvidar lo más fuerte que he sentido? Lo más intenso. Trato de seguir adelante intentando que tu recuerdo quede bien guardado en un pequeño y aislado compartimento en mi memoria. Y así los domingos por la tarde acceder a él y recordar que yo también fui una vez un ser humano que quería tanto a alguien como para doler así. Bien guardado como referencia para engañarme pensando que alguna vez conoceré a alguien como tú. Con una mente para perderse. Con una personalidad discreta que se vuelve arrolladora sin que me de cuenta. De esas que construyen kilómetros y kilómetros de galerías subterráneas en el corazón antes de que sea la hora de llevarte a casa y despedirnos. Si hubiera sabido que aquella vez iba a ser la última que estaríamos así... Da igual. No hubiera cambiado nada. 

Yo intento aguantar pero entonces llega una noche como anoche y vuelvo a soñar contigo. Yo no entiendo por qué me hace esto mi cabeza. En el sueño todo es tan bonito. Tú sonríes a mi lado mientras paseamos agarrados. Yo no dejo de mirarte y no importa que estemos en el sitio más bonito del mundo. Pero suena el despertador y se acaba todo. Yo me quedo aturdido y empiezo a recordar el sueño como si tratase de recoger los pedacitos de esos momentos. Tu pelo, tus ojos, tu sonrisa. Me siento pobre y desvalido. Con solo esos pedacitos hasta el día en que me muera. Y nada más.



Estoy tan cansado de ser como soy.
Todo lo que dije lo dijo alguien ya.

Si elijo una boca, la boca del lobo es para mí.
Si llego a la meta marcaré en mi puerta, ¡claro que sí!
Si mato una cosa será mariposa, soy así.



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