Las calles están llenas porque las 23:50 son las nuevas 8:50. Y ahora te bebes
en una hora lo que antes te bebías en tres. Y llegas a casa sin saber cómo has
llegado. Y te tumbas en la cama muerto. Y no puedo no pensar en ti. ¿También
apurarás el toque de queda o te habrás quedado en casa? Sin pasar frío y fresca
como una rosa. Distraída con algo. Sin prestarle atención a nada que se
encuentre más allá de esas cuatro paredes y sin necesidad de ello.
Como lees yo
he salido y estoy bien. Pensando mucho. Y aguantando, como Fidel en Sierra
Maestra. Como Ho Chi Minh cavando túneles por toda Indochina. Mi pequeña
revolución será resistir. Evitar el colapso. Pensar que aunque no estás seguiré
tumbándome derrotado y solo en el sofá o en la cama y encontraré ese libro,
disco o película que me rescate el día. Pensar que aún me quedan cafés salvadores
a la luz del sol que calienta la mañana y cigarros de desconexión antes de
seguir levantando el país. Cervezas que te reconcilian con el mundo y cruces de
miradas con esa chica de la otra mesa.
A mí me gustaría no pensar tanto en ti. Bueno, no es lo que me gustaría, pero es lo que mejor me vendría. Poder recordarte como
algo bueno que pasó cuando las cosas vayan bien. Y como una cicatriz de una herida que dolió, cuando vayan mal. Y en todo caso saber que estás bien y que sigues con tus sueños intactos mientras es domingo y yo vuelvo a escribir unas tristes líneas con la sensación de haberlas escrito un millón de veces ya.
Estoy acostumbrado
a vivir al este del Edén.
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