viernes, 6 de julio de 2012

Volver a casa.




Recostado en uno de los asientos traseros de aquella furgoneta, con el bajo sobre mí cuerpo, no puedo evitar mirar fijamente las montañas nevadas que me recuerdan lo lejos que estoy de casa. Llevamos cientos de kilómetros en silencio, alguno de mis compañeros duerme, pero la mayoría miran por la ventanilla hacia las montañas o hacia el cielo gris. Pensando, quizá, en tardes de café, en personas lejanas o preguntándose si todo podría ser diferente. O, quizá, el que piensa todo eso sea yo.

Siento la madera en mis manos y toco cuatro notas, sin pensar, sin mirar, que se pierden para siempre, y vuelvo a tocar otras cuatro notas sin desviar la mirada de la nieve de las montañas. Faltan un par de horas para llegar a otro lugar, a otra ciudad. Es demasiado tiempo ya lejos de todo. ¿Qué estarás haciendo?, ¿pensarás en mí?.

Y suspiro una vez más, hay muchas cosas en mi cabeza. Demasiadas. Y todas lejos de mis manos. ¿Es en verdad ésto algo tan bueno?, ¿era en verdad aquello algo mejor?. Noto una vibración en los pantalones. Saco el móvil y veo que alguien se acuerda de mí. Y no puedo evitar sonreír al leer un te quiero escrito en la pantalla. Te acuerdas de mí...




Sácame de aquí, quiero volver a casa
y sentir el calor de cuerpos y miradas.
Tus ojos me hacen grande, sentirme importante.
No soy lo que era, soy solo lo que tú me haces ser.



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